sábado, 3 de marzo de 2012

EL SIGNO MENOS DE DORA GUERRA*


Dora Guerra, El Salvador,
Fotografía tomada del archivo de Arte Poética





EL SIGNO MENOS DE DORA GUERRA*


Por Eduardo Salvador Cárcamo



Dora Guerra, nació en París el 22 de julio de 1925. Es la segunda hija de don Alberto Guerra Trigueros y Doña Margoth Turcios, siendo la primera MaríaTeresa (que naciera también en París un 3 de marzo), quien debido a su ambiente, a su entorno, se dedicó a la danza y al arte. Dora comienza a crecer en el ambiente parisino, luego es trasladada a El Salvador por sus padres, pues don Alberto, profesional, abogado, escritor y diplomático, envuelto en su ambiente, le permitía residir donde su gobierno le enviase. Dora Guerra, lamentablemente solamente escribió una obra: Signo Menos (1958), un poemario muy bien logrado, con una profundidad filosófica y alto sentido de la vida, por cuanto, digo lamentable, porque con ese potencial poético, y con mucho por dar en este género, vedó a las siguientes generaciones de su exquisitez lírica. Dora Guerra se marcha a París el 23 de noviembre de 1957, donde contrae nupcias con el Doctor en Filosofía y Letras Bernard Mottez, boda que se realiza el 22 de marzo de 1958 en la iglesia parisina de St. Germaine de Charonne. Su único libro, editado por la Editorial del Ministerio de Cultura, como parte de la Colección Poesía Vol.7, es la única huella poética de Dora, que conocemos en nuestro país. Y estos son los únicos datos biográficos que nos arroja Cañas-Dinarte en su Diccionario de Autores y Autoras Salvadoreños, DPI, 2002. Datos enquistados en la biografía de su padre. Según este Diccionario, Dora Guerra todavía reside en París, y si aún vive, su edad es de 85 años. En todo caso, la intención de quien escribe estas líneas: es la de rescatar estos valores literarios, de quienes poco o casi nada se habla hoy día. Este libro de Dora Guerra Signo Menos, contiene 22 poemas, siendo la temática parte de sus experiencias personales, blandiendo la naturaleza y la espiritualidad humana.

Nota: Al momento de escribir esta nota, desconocía que Dora Guerra se había trasladado a San Salvador, donde reside de manera permanente desde hace unos cinco años, a la fecha en que hago esta aclaración, febrero de 2012.

Tomaremos algunas muestras, para sustentar nuestra teoría:



Tiempo Sin Tiempo



I

Nací un día,
sin después, ni hoy, ni antes.
Nací por un resquicio de la vida
desde un Ay desgarrado por la tarde,
entre un grito impreciso de la tierra
y un asombro celeste de los ángeles.

Nací con el cansancio de los sueños
que soñaba mi madre,
con el dolor inmenso de preguntas
infinitas que se abren
y la carga tremenda de los siglos
que transcurre rieron antes.

Nací ya desterrada de mi tierra
en ajenas ciudades,
con la mente compleja y preocupada
de herencias de mi padre.

Con la corriente tierna de mujeres
engendradas de adanes
y el torrente fecundo de varones
nacidos de su madre.

Nací con las pestañas doloridas
de llantos ancestrales
y el corazón ya contraído
de ignorados pesares.

Nací, porque alguien quiso que naciera,
con eterno equipaje:
mi yo, mi tiempo, mi dolor
y mis palabras fáciles.

Nací ya con mi espacio limitado
por fijos litorales:
con mi trozo de cielo ennudecido
y mi tierra sin mares.

Nací,
por alguna razón de la existencia,
porque los hombres nacen;
porque la vida se busca un pretexto
de resurgir en embriones fugaces.

Nací por el amor y por el llanto,
con mi dios, y mi piel, y mis pensares.


En este fragmento la poeta Guerra, contrae su visión y sus luchas: “Nací un día,/sin después, ni hoy, ni antes.”… es decir, emula al título de este poema: Tiempo sin tiempo. El tiempo es primordial no sólo para Dora, si no para su misma percepción cuanto a su todo, esto es, su entorno, en cuyo espacio no existen medidas ni distancias, únicamente el abandono de su pensamiento que rompe las barreras del sínodo espiritual donde la vida aún no puede desprenderse de sus limitaciones, y con cierto desenfado pronuncia: Nací, porque alguien quiso que naciera,/con eterno equipaje:

mi yo, mi tiempo, mi dolor/y mis palabras fáciles. Dora Guerra tiende a filosofar sobre la vida, y lo argumenta al decir: Nací con el cansancio de los sueños/que soñaba mi madre,/con el dolor inmenso de preguntas infinitas que se abren/y la carga tremenda de los siglos/que transcurrieron antes. El soñar se le volvió una carga tremenda, que le pesó a través del tiempo pintado en los siglos, y su madre estuvo allí a su lado, siempre con ella… el lirismo no se hace esperar y Dora canta entonces a ese espacio que ocupa la vida… podría argumentar otra cantidad de interpretaciones de este fragmento del poema, pero, en la II parte, encontraremos más argumentos…

En esta Segunda parte Dora nos conduce por el laberinto de la religiosidad que como tradición camina entre generaciones y su madre, siempre presente sin abandonarla, como conduciendo sus pasos desde su nacimiento, pasando por la pila del bautismo hasta que desarrolla su propio vuelo. Véase el arranque inicial de esta parte : Una sonrisa húmeda de lágrimas,/ florecida en los labios de mi madre,/me empujó al porvenir, ya balbuciendo/la palabra de todos los lenguajes.// Dora no vacila al ahondar en esta espiritualidad que la nutre de talento, mismo que se desprende de sus versos tan llanos como irreverentes. Entré en contacto con la madre tierra/por mi cuerpo de lastre//Luego fui vertical: como los hombres,/como las cruces.


II

Una sonrisa húmeda de lágrimas,
florecida en los labios de mi madre,
me empujó al porvenir, ya balbuciendo
la palabra de todos los lenguajes.

El agua del bautismo me bendijo
con antiguas señales,
poniendo en la entraña sumergida
lámparas que siempre arden.

Entré en contacto con la madre tierra
por mi cuerpo de lastre.

Luego fui vertical: como los hombres,
como las cruces y como los árboles.

El número purísimo en la escuela,
me introdujo en el aire
y abrí la sinfonía del sonido
con las cinco vocales.

El ojo mío se encendió a la luz
con los siete colores primordiales
y descubrió la sombra, siempre unida
a cada rayo en que la luz se halle.

Y entré en el catecismo
con sus siete pecados capitales.

Después me vino el verso.
sin sentirlo,
como viene la tarde:
con un recuerdo azul de la mañana
y la promesa de una noche grande.

Pero mi verso se acercó a la noche
poblada de puñales
y se olvidó de la mañana azul
con sus dulces paisajes.

Lo revestí de sombra dolorida
y le di de beber mi propia sangre.

Y aquí estoy yo. Clavada sobre el mundo,
con mi carga infinita de tristeza,
con mi canto sombrío,
con mis ayes.




III


Y he de morir
un día sin después,
pero con hoy y antes.

He de morir, porque los hombres mueren,
porque los quiere Alguien.

Dejaré para el paso de otros ríos
el surco de mi cauce,
y el peso de los tiempos y mi tiempo
sobre los hombres frágiles.

Yo dejaré el legado de mi cielo
y mis dulces paisajes,
dejaré mi dolor para los tristes
y mi sed y mi hambre.

Dejaré la corriente de mis venas
en humanos canales,
mis oscuros sentidos a la tierra
y mi sueño a los árboles.

Dejaré el grito lívido
que la muerte me arranque,

Y dejaré, a los hombres que me escuchen
mis voces en el aire.




IV


Qué ligera seré ya sin mis venas,
sin mis ríos de sangre,
sin mis ojos de barro entristecido,
sin mis pies terrenales.

Qué liviana me iré yo por el viento
cuando todas las horas se me acaben.

Y ya no habrá después.
ni habrá hoy.
ni siquiera habrá un antes.

Yo sola iré en mi viaje sobre el tiempo
hacia el eterno instante.

Y llegaré a la luz, fuente de luces,
negadora de sombras y de males.
generadora de hombres
y propulsora de astros y de aves

Y seré yo la luz, junto a la luz
en la continua aurora de los ángeles.




Te He Conocido



En la última hora de la tarde,
Señor, te he conocido.
En el espacio inmenso del minuto
más pequeño del día.
En el correr alegre del cordero
dulcificando brisas
y el tenderse las manos inocentes
tras su lana amarilla.

Te conocí, Señor
en este nuevo intento
de llegar hacia ti
en la hora propicia.
Por el lugar tan puro del recinto,
por el agua tan limpia.
Te conocí, Señor, por lo perfecto
de esta suave delicia
de sentir casi dulce mi tristeza
y el corazón al borde de la vida.

Te conocí, Señor. Te he conocido.
¿No he sentido tu soplo que todo purifica?
¿No he sentido tu voz en el anuncio
del Angelus del día?

Me llegaste, Señor, te me has llegado
dulcemente sencillo, en armonía
con la última hora de la tarde
y la primera estrella vespertina.

Ah si el soplo no fuera tan liviano
si no fuera mi cuerpo leve filtro
si se quedara fija esta mi hora
marcando para siempre el reloj mío.

Ah si no fuera tan ligero el viento
ni tan pequeño el hueco de mi oído,
si se quedara siempre entre mis manos
este vellón suavísimo.

Guarda, Señor, este primer renuevo
dentro del nuevo corazón nacido
y llámame, señor, cuando me llames,
en la última hora de la tarde,
con la primera estrella
que yo sabré encontrarme en tu camino.





Viaje




Subiendo por amor y por ternura
hasta tu corazón en plena selva,
bajo el ramaje inquieto de tus nervios,
atravesando peligrosas venas.
quedándome perdida en tu espesura,
pasándome tu amor de tal manera
que el viaje por ti mismo me ha robado
hasta el último esfuerzo de mis fuerzas.

Estoy rendida, amor, bajo tu sombra
y con el poco aliento que me queda
quiero trazar tu dulce geografía
sobre el mapa que todo lo recuerda.

Por ver si así no pierdo mi camino,
si ajustando mi brújula a tu estrella
puedo llegar al centro de tu centro
y puedo al fin decir dónde te encuentras.




Finalmente, esperamos que los estudiosos: escolares, universitarios, o investigadores, cuenten con estas muestras poéticas de Dora Guerra y su breve biografía, a fin de enriquecer aun más sus conocimientos.


Poemas del libro Signo Menos de Dora Guerra
(San Salvador, El Salvador, publicado por el Ministerio de Cultura Departamento Editorial, 1958)

Tomado de la edición del día jueves 1 de marzo de 2012, (Trazos Culturales que dirige el poeta y periodista Néstor Martínez en Diario Colatino, San Salvador, El Salvador.)

domingo, 26 de febrero de 2012

TRES SONETOS DE ALBERTO LÓPEZ SERRANO*


Alberto López Serrano, El Salvador




CANTO PERFECTO




a Raúl Contreras



Cuando oíste la voz de la señora
de sombras, sin palabras, ¿Qué dijiste?
¿Del alba qué remanso perseguiste
en el paso veloz que se demora?

¿Qué señal de partida fue la aurora?
Tu luz de estrella, sin abrir, abriste.
De tu nieve encendidas brasas viste
en brazos de la amiga segadora.

La amiga que vigila en la ventana
y nuestro nombre gritará mañana.
El pulso eterno que te abrió la puerta

y en sus grietas la luz veo filtrada.
Canto perfecto de la voz cerrada,
yo soy aún el de la voz abierta.




LA PIEDRA





¿Esta manía de quedarme quieto
cuando quiero saltar y despeñarme!
Locura de lanzarme sin lanzarme
persiguiendo las olas en secreto.

¿Al mar doy mi caída abstracta? Inquieto
al muelle y me refreno sin quejarme,
me clavo a un tablón al sujetarme
agitando mis alas de concreto.
¿Es este afán de interpretar desnudo,
quieto, con un candil en mi locura,
como actor de dicción en cuadro mudo?

Quizás por gusto guardo mi apostura…
¿Cuándo las olas quiébrenme el escudo,
no sabré interpretar la piedra dura!




LA NAVE QUE FALTA



El muelle bien construido me sostiene
y aguardo la salida de mi nave.
Mar y alto faro, ¿quién de ustedes sabe
por qué barca la espera me retiene?

Filas de naves sin final contiene
que al ojo pareciera más no cabe;
sin barca para el mar undoso y grave
sólo un espacio el triste muelle tiene.

Camino entre las velas que se agitan
por los vientos que al mar las precipitan
a buscar la brillante luz del día.

Impacienta a las naves la partida
y no encuentro mi nombre a la salida.
La que hace falta, ¿no es la barca mía?

*Poemas tomados del libro: UNA MADRUGADA DEL SIGLO XXI. (Antología), Autor Vladimir Amaya, San Salvador, El Salvador, 2012-