viernes, 7 de marzo de 2025

TRENES: AMANECER EN LA MEMORIA, O LA SEDUCCIÓN DEL SUEÑO

 



TRENES: AMANECER EN LA MEMORIA,

O LA SEDUCCIÓN DEL SUEÑO

 

 

 

 

Tan cierto como gratificante resulta hacer este recorrido bajo los auspicios de la patria de la poesía, en este caso, de la poesía de Juan Ramón Jiménez Simón, contenida en su poemario: “La Memoria del Expreso”, estructurado en tres momentos íntimos, emocionales: procedencia, destino, entrada.  De entrada, el poeta me hace una acotación: “Tenemos en común la estación de ferrocarril de Alcázar de San Juan (Ciudad Real), importante nudo ferroviario antaño, y un mismo tren (el catalán). Eva es de Barcelona (residente en Sevilla) y yo de Sevilla (mi familia es de Toledo, soy hijo de padres toledanos que emigraron a Sevilla). Ambos hemos viajado "en el catalán" (hacía el trayecto Sevilla - Barcelona, y viceversa) infinidad de veces en nuestras infancias. Yo me bajaba (subía) en Alcázar de San Juan, y ella iba de paso en el tren.”

             Por mi parte, recordé los míos, los de la infancia; pero también, aquel Transiberiano que describe Pablo Neruda en “Las uvas y el viento”, (Ed. Nascimento, 1954); o el “Tren de todas las tardes”, de Juan Ramón Jiménez, en su viaje a Cádiz (Diario de un poeta recién casado, Cátedra, 2017); “El barco ebrio” de Arthur Rimbaud, de “horizontes que se hunden, como las cataratas” de inquietantes parajes; e incluso, el tren de Ágatha Christie, tan misterioso como intrigante. El tren nos permite navegar en tierra firme, como una exacta prolongación de la vivencia. Vientos inefables han llevado al poeta a transitar por la memoria dando rienda a los albedríos del camino.  “El silbido del tren subió mis ganas”, dice el poeta, para dar paso a su sueño y destino.

Acompañan a este poemario, ilustraciones de Eva García Fernández, dándole rostro casi humano a su silbo de libertad. En su asombro, se reflejan candilejas y centellas que atraviesan el alba. Es, sin duda, la metáfora y sinécdoque del sinfín: designa, el ciclo biográfico, con partida y destino final. Símbolo, además, en una época del futurismo. Contrario al paroxismo de Robert Lowell, Antonio Machado que en su decir el tren era una placenta confiable, o Miguel Delibes que lo reivindica, y lo erige como santuario de sabias conversaciones, o Jorge Teillier y su poema “Los trenes de la noche”, o Augusto Monterroso, o Emilio Adolfo Westphalen, que hizo un parangón del ferrocarril con su muerte: "El tren se ha detenido en el silencio opaco y sin ecos de la noche anónima. Es la llegada a término - no se reanudarán ya más ni agitación ni bullicio ni carcoma", Juan Ramón Jiménez Simón, hace de él un exacerbado encuentro casi proverbial de la vida.

              Uno se imagina al poeta, seducido por los raíles de esos extraños adioses. Hay ahí, ecos audibles, resplandores y una aventura acumulada en su conciencia: el viaje a través de orillas lunares, rumores infinitos y numerosas vidas cuyo destino colma la vida de diferentes ropas. En él, desfila el tiempo y se nos muestra en ese “Rielar entre sombras”; a su vez, “el temple del desvarío, … cimbrea la nave del misterio, abrasando las brumas de espectros”. Juan Ramón, es fiel a su palabra exploradora, misma que nos lleva y nos adentra a una integración y memoria de símbolos. Son poemas intensos que rebasan la atmósfera metafórica de los ferrocarriles: desde el tiempo de la memoria, su interior, hondo, de matices. Nos sugiere, además, un cosmos y una utopía. Así, el poeta nos dice: “Entre la claridad pasajera/ y lo indiscernible postrero, / la estrella en su mapa informal/ declara sobre la vasta red/ la seducción de lo nuevo,” …

           Mientras nos seduce el sueño de las lejanías, y la memoria revive con pulcritud petrificada sus varios viajes, el poeta nos transparenta el espejo al punto de hacer cuerpo esa materia, a ratos inasible, a ratos melancólica e insólita. Es tan rico e intenso el sentimiento del poeta que uno queda atrapado, sin poder evitarlo, en su lectura.  Hay tanto asombro en la poesía de Juan Ramón, que uno se queda perplejo, como aquel pasaje de Gabriel García Márquez (Cien años de soledad) y el arribo del tren a Macondo: “El inocente tren amarillo que tantas incertidumbres y evidencias, y tantos halagos y desventuras, y tantos cambios, calamidades y nostalgias había de llevar a Macondo". El poeta desvanece los sentidos en sus recuerdos. A tal punto que las ausencias (las de la ambrosía amorosa y encantamiento), le ganan la tristeza, o lo empañan de vahos y destiempo.

Puede encontrarse en el discurso poético de Juan Ramón Jiménez Simeón, una imantación por la palabra, una resonancia vibrante y luminosa del tiempo ido. Le ha dotado, a su poesía, de un ritmo especial y ello le permite no caer ni el laconismo, ni en los excesos de la retórica. Por lo demás, comunica sus sentimientos y emociones con una indiscutible intuición de una realidad que le es propia. Su voz de hondo aliento resplandece en los umbrales de lo que perdura. La lectura hace posible una especie de catarsis, en el sentido aristotélico del concepto, pues nos implica emocionalmente con sus vivencias. Razón tenía Hans-Georg Gadamer cuando afirmaba que toda obra literaria constituye un diálogo entre pasado y presente. Ahora, me toca inferir sus desasosiegos, en clave, de sus textos pues que el poeta al recordar aquellas travesías en tren, le evoca un panteón, frío, por lo inerte de las criptas.  Por alguna razón el poeta se siente descorazonado, al punto de decir: “¡Triste y sublime/ sinfonía del desconcierto, / que ronda en torno a ella/ la muerte como el grito/ de la vida! “

            En el Canto segundo, su destino y “un escalofrío sin salida”. Veamos aquí como el determinismo se afinca en su alma. Paradójicamente, está presente, el vaivén del desconcierto: norte o sur, ramblas, vacíos llanos: “y una parada a otra sucede”. Asume el poeta esos vaivenes del fermento; en su tránsito hay sombras de luz, y noches rotas en el eje de la espera. Ahora estoy tan lejano, diría Claudio Rodríguez, “que nadie lloraría si muriese”.  Es menester en la obra de Juan Ramón, el uso de ideas y pensamientos que se contraponen: Distraía mis ojos/ en las penas de un gozo, / un vagón sobre otro,/ mientras el color yacía en la luz”.  Según esto, el poeta se goza en la pena, es decir en el sufrimiento. En el campo de los sueños y la poesía es posible. Igual que deslizarse esos trenes a través del bosque, o las despedidas que devienen en lágrimas.

             El binomio tren-vida, es la historia del sentimiento expresado en versos. Historia que presagia, en su unicidad poética, el eterno ir entre cardo y albahaca, entre sombras resurrectas que tiemblan en la carne: ecos y sueños, ahí, en su solemnidad de grito, de un tiempo que se nos escapa por su condición de inasible, o por su resonancia errabunda. Al final queda el misterio de la memoria y las nostalgias por la no consumación de lo anhelado.  De ahí que el poeta, trémulo, nos diga: “Poco importa el crepúsculo/ al viajero del banco azul, / si el sol es enemigo mortal/ de los tiempos seguidos/ que desaparecen en un consuelo.”

             La construcción poética de Juan Ramón Jiménez Simón, media sin lugar a duda, entre lo eterno y lo temporal; junto a ello, la perennidad espiritual que reelabora esa atmósfera trascendida: la memoria del Expreso. Su canto tercero lo define el poeta como la entrada, de nuevo a su historia de antaño. “Cuando el recuerdo del tiempo/ procede de una entrada, / soñando aquellos momentos,/ fuimos pioneros de antaño/ que por edad crecimos/ para que lleguen otros”… Es el viaje de la memoria, a voluntad de su alegre agonía, pero también el tránsito de su largo recorrido. Hurgar en la memoria es buscar el tiempo fenecido. A su vez, El uso de diferentes isotopías hace sustancial su contenido simbólico. “El lenguaje se anticipa siempre un poco a nuestro pensamiento, hierve un poco más que nuestro amor”, (Gastón BACHELARD, El aire y los sueños).

           La materia poética rebasa los límites de la palabra y la médula y los contornos de la memoria.  “Memoria del expreso”, es un imaginario espacial y progresivo del poeta que se alumbra recordando esos micromundos, a menudo resbaladizos, de lo que fue, pero igualmente de lo que será.

 

André Cruchaga,

Barataria, 16 de enero de 2019


jueves, 6 de marzo de 2025

LA POESÍA, ESE ÁMBITO DE MEMORIA Y SILENCIO. EL ENCUENTRO ESPERANZADO DEL HORIZONTE

 



LA POESÍA, ESE ÁMBITO DE MEMORIA Y SILENCIO. EL ENCUENTRO ESPERANZADO DEL HORIZONTE

 

 

 

«La poesía es un ideal inalcanzable.

El sufrimiento y el arte del poeta consisten en vivir

en el filo entre la palabra y la nada»

ANA BLANDIANA

 

 

La poesía en su valor más universal nos conduce siempre a los ámbitos de la memoria, sin negar los tiempos de silencio, o esa búsqueda de horizontes esperanzados, mismos que abren las ventanas del alma, esos que bullen como un rictus en el ojo húmedo de la página. En su ensayo, La poesía entre el silencio y el pecado, la escritora Ana Blandiana, expresa: «me refiero a la evolución de la poesía como un ideal, concebido como una intensificación del poder de sugestión, en el que decir lo menos posible para sugerir lo más posible puede convertirse en no decir nada para sugerirlo todo. Un ideal absurdo en la medida en que implica, para su cumplimiento, la desaparición de la poesía. Y un ideal, también, que, por mucho que quiera acercarse a él, ningún poeta alcanzará nunca, porque ninguno aceptará renunciar a sus palabras. El sufrimiento y el arte del poeta consisten en vivir en el filo entre esas palabras y la nada.»

La poesía urde en efecto, sueños y, a menudo, necesarios para subsistir. Supongo que la poesía es también experiencia vivida y vívida, una especie de extravío permanente en la matriz del alfabeto. Quien vive a flor de piel las semanas, la cotidianidad, celebra la embriaguez de la cumbre, el poema consumado. Uno escribe desde el corazón todos los crepúsculos que dispara la soledad, todos los fulgores que contiene un candil encendido. Francisco Murcia Periáñez lo sabe desde su alma anegada de huecos, de albas e historias que trastabillan en los «pesados silencios» de la soledad.

La obra que aquí nos ocupa posee diferentes llamas de pensamiento, luminosas derivas a voluntad del poeta. Poesía esencialmente sentida, sin trivialidades, fraguada en el rigor del oficio. Es en todo caso, una poética versátil; sus palabras resuenan con intensidad, la emoción que solo se ve en poetas comprometidos con el oficio de ser poetas. Toda una experiencia de vida llevada al lenguaje, tal como bien lo expresa en uno de sus poemas: «ebrio de vino mi cuerpo y mi alma, / ebria de soledad y de pesados silencios.»  Una exactitud que culmina en su propia escritura, cicatriz de esa herida que lo nombra y lo respira correctamente desnudo.  «Penas, penas y más penas.”, nos dice el poeta y agrega: “almas abandonadas que nos sentimos perdidas, / bebemos esa ternura que nos ofrece la pena/ y maldecimos la angustia que nos devora por dentro.» Resulta difícil no encontrar eco en estos versos y que en mi opinión es una especie de epifanía, una visión marcada por las vivencias.

Las diversas construcciones que el poeta realiza, resultantes de su interacción con el entorno, con sus vivencias, constituye la parte fundacional del poema, es decir, los espacios imaginarios en la poesía que nutre y desemboca en «experiencia vital». Las tensiones que suscita el tiempo, el entorno, la inmersión en el mundo de los sueños (casi como un enclaustramiento), los descensos, ascensos, en el momento de la escritura, es lo que le da a ésta y al poeta una perspectiva unívoca. Estos imaginarios (espacios psicológicos) se organizar al punto de constituir la experiencia del poeta. De ahí esa voz gangosa y oxidada: “mariposa y golondrina” encarnando lo que bien puede denominarse tráfago en un contexto de realidades e irrealidades, lo posible y lo no posible, esa constante del espíritu y sus posibilidades.

Sentimientos e imaginarios, como elementos tensionales, conforman esos espacios que a continuación, procuro delinear. Generalmente para el poeta hay un lugar mítico, todo aquel bagaje que deviene de su infancia como elemento acumulador y nutriente en la conformación del poema y una poética; también, el espacio (dentro de ese imaginario) que ocupa el entorno como referente de escritura; y, finalmente, lo íntimo y cotidiano como especies individuales. Así tenemos, en palabras de Antonio. Colinas, que «la mejor poesía no es la que refleja la realidad, sino la que la trasciende». El poeta parte, como refiere (Susana A. Fernández), en sus versos de una realidad concreta, si bien su propósito es desvelar el significado último de dicha realidad.

 

Es mi noche la noche

de las más negras tinieblas,

tiembla mi cuerpo y mi alma

y tiembla mi vida entera,

buscando la luz que sueño

entre escombros de ilusiones.

Los ocasos me niegan el brillo de los luceros,

Y no encuentro el firmamento

donde sembrar mis estrellas.

 

Realidad que, adentrada en el sujeto se torna sentida vivencia trascendida y contagia los estados anímicos al punto de convertirse en referencia de sentimientos genuinos. Cada poema nos ofrece matices de referencia de esos paisajes íntimos de silencios derramados en el nombre de las cosas, efusión abrasadora de sentimientos.  Lo más notable de este poemario, tiene que ver con la poética de lo imaginario y ahí está en mi opinión su valor poético; es decir, como sostiene Valentina de Antonio Domínguez:   una «semántica imaginaria», constituida por los símbolos y  mitos poéticos, y una «sintaxis imaginaria», formada según García Berrio por los «esquemas de especialización fantástica», en los cuales se insertan los símbolos, expresando «movimientos pulsionales», que forman los esquemas de movimiento y los diseños de fuerzas en equilibrio, al punto de llegar a poeticidad, (cualidad de lo poético, según la RAE). Y no solo eso, la memoria posee fuerza liberadora, el alma desolada se transforma en aspiración trascendente, en conciencia, como lo diría Juan Ramón Jiménez.

El poeta, decía Alexander Blok, no es tal porque escriba en verso, sino porque dota de armonía al sonido y a la palabra, porque él es hijo de la armonía. Rescatar y reivindicar el mundo a través de la palabra. Ir al origen y regresar con revelaciones: la experiencia trascendida es lo que hace de los espacios de la memoria y el silencio, materia fundacional. Así tiene sentido la materialidad del «Don de la ebriedad» de Claudio Rodríguez. La experiencia es única, indiscutible, sin duda. Por lo demás, aunque el concepto de «Trocitos», título del poemario, nos propicie la idea de fragmentación, o diferentes planos como una especie de montaje, lo cierto es que están concatenados, poéticamente hablando. En todo caso la poesía, es algo así como expresaba Luis Rosales: un ingrediente que puede salvarte o condenarte; en este entorno espiritual, la poesía salva, desde luego. El fecundo lirismo del poeta lo lleva a esta toma de conciencia; y por más dolor que haya en estos versos, el encuentro con la palabra resulta una suerte de esperanza, veamos:

 

Repaso las estanterías de mis recuerdos,

Cuánto polvo acumulado, cuántas grietas.

Cuánto hueco con ese olor a pasado,

remoto, perdido en el tiempo,

pero anclado a mi memoria como un clavo

que arde y quema por dentro.

 

En estos poemas de repensar y repasar la estantería de los recuerdos, se rescata la imagen de diversos elementos del entorno esencial: se evoca el paso del tiempo, la añoranza (recurrencia de recuerdos); los fuegos que se prenden en el extrañamiento. Realidad que bien puede sintetizar un verso lapidario de José Agustín Goytisolo, «La evocación perdura no la vida». Y así, «lloramos, ya lejos, con los ojos», tal como nos lo sugiere JR. Jíménez. O como Francisco Murcia Periáñez, el poeta de este poemario nos lo expresa: «ebria de soledad y de pesados silencios.» La imagen del sueño perdido (Paraíso de Milton, o Edénico) y sus antípodas, en cuya existencia encontramos, las más elocuentes impresiones del yo poético interior, el que se debate en cuerpo y alma, invoca y respira esa: «ternura que nos ofrece la pena / y maldecimos la angustia que nos devora por dentro

En general el rasgo fundamental de la poesía lírica es procurar atar mediante las palabras, los versos, el poema, la vivencia íntima de su mundo interior o exterior para liberarla mediante el uso de la memoria que indiscutiblemente el tiempo se encarga de erosionar o de sedimentar, entendido como revelación del yo. «Trocitos», me parece que sintetiza muy bien la preocupación existencial del poeta: el tiempo, es solo una pequeña eternidad, dura lo que una gota de rocío al caer desviste, abre el pecho. Lo interna en esas líneas del abatimiento, de las afirmaciones doloridas de la materia hecha palabra:

 

Ebria de penas … vino mi sombra …

ya no conoce la senda,

ya no hay luz que la sostenga y vaga

perdida entre sueños de penumbras y tinieblas.

 

En el contexto de lo íntimo y cotidiano, el poeta no escapa en hacer algunas confesiones sobre su vida. Así, el yo poético nos dice: «Me creía tan libre, tan fuerte, tan grande, / que desprecié los mensajes que la muerte me enviaba.» De tal forma que, desde esa confesionalidad, la realidad vivida con la realidad creada se fusiona, para convertirse en una sola transparencia. Su mirada y, conlleva la más sincera interpretación de lo que van percibiendo mis cinco sentidos, y de lo que les va impresionando. Es una explosión que, en ocasiones, el poeta tiene el imperativo de dejar sellada en el papel ese luminoso desasosiego. de ahí que el poeta hecho palabra procure trascender en toma de conciencia: «Más hoy yazgo en este hueco, pozo de sombra y silencio, / donde la tierra reclama los átomos de mis huesos.»

En uno de los tantos poemas de la presente Antología, el poeta nos muestra esa extraña atmósfera donde respira, también el clima feroz que da pie el poema. El poema como culminación de ese espacio en tensión con el entorno, la succión del alma del poeta. Ese instante de erosión de la realidad. «Una lágrima resbala a espaldas de la muralla, / y una sonrisa se pierde oculta entre sus orillas.» La poesía no deja de sonar como un extraño espejo, como un meandro de dolor insinuado por el aire de los sueños que esculpimos.

Pedro Ruiz Pérez, afirma en «El lenguaje poético después de la estilística. Cuestiones de historia y materia», Univ. de Córdoba, que en «los límites del propio poema en el que nace y se mantiene, hay una complicidad que se materializa en complicidad con el lenguaje. «Entre ese espacio de la privacidad que constituye la experiencia personal del autor, y el espacio de lo público, que se establece con la comunicación lingüística; ambos elementos, ambos espacios, quedan trascendidos en la experiencia de lenguaje y de conocimiento que constituye el poema en su actualización.»  Francisco Murcia Periáñez, lo sabe. Y, además, es consciente de ese impulso vital que le permite encadenar imágenes de emotiva trascendencia, su quehacer poético está afincado en una tradición poética sólida, no en iluminaciones a manera de chispazos más o menos ingeniosos, sino en un trabajo vertebrado en el que, sin duda, explora su mundo interior, sus vivencias, el territorio de su espiritualidad. Su libro no constituye un punto de llegada, sino una memoria que indaga en su travesía. «Con recuerdos de esperanzas / y esperanzas de recuerdos», tal como lo dijese don Miguel de Unamuno. Cierro esta travesía, a manera de colofón, con unos versos del poeta Murcia Periáñez, mismos en lo que su palabra revela el silencio que se va haciendo, o la memoria que avanza en el tiempo:

 

 

Desciende sinuosa la lágrima por mi mejilla

como desciende vacilante la gota de lluvia por el cristal.

Fuera, frío, viento y hojas muertas.

Dentro, palabras y más palabras, y el silencio.

Tal vez dentro esté ya el muerto, que duerme,

porque no encuentra palabras para celebrar su entierro.

 

 

 

André Cruchaga,

Barataria, 01.07.2021

Latitud: 13.69, Longitud: -89.19 13° 41′ 24″

Norte, 89° 11′ 24″ Oeste


miércoles, 5 de marzo de 2025

LA CASA DESHABITADA Y LA PARADOJA DE LAS BELLAS CICATRICES COMO NOCIÓN CONFESIONAL

 


LA CASA DESHABITADA Y LA PARADOJA DE LAS BELLAS CICATRICES COMO NOCIÓN CONFESIONAL

 

 

 

¿Por qué soñando, al deslizarse con miedo,

Ese miedo imprevisto estremece al durmiente?

Mirad vencido olvido y miedo a tantas sombras blancas

Por las pálidas dunas de la vida,

No redonda ni azul, sino lunática,

Con sus blancas lagunas, con sus bosques

En donde el cazador si quiere da caza al terciopelo.

LUIS CERNUDA

 

 

 

 

José Siles González, poeta prolífico y prologuista enjundioso, además de académico alicantino comprometido con la docencia, ha querido en esta ocasión, que sea yo el que le prologue su libro: «El desamparo del tabú en flor», un texto en su conjunto que a primera vista me conduce a reflexionar sobre algunos conceptos que de momento llamaré situaciones: casa deshabitada, tabú, confesional. Para Gastón Bachelard, la casa, el espacio, éste, nos conduce a la noción de intimidad, de recogimiento, de protección, pero, además, entraña el espacio vivido; fotografía, acaso impregnada de recuerdos, donde el «invierno frente al frío/ escarchado de los recuerdos,» con todas sus «presencias ausentes». Este poemario y su primer poema es todo un aserto porque nos remite de inmediato, adentrarnos en ese mundo de un cuaderno de huellas, versión de sombras y música, seguro de espejos al filo de las sombras. Pues bien, la atmósfera del libro es esa fragancia memoriosa y fundacional de un lugar labrado con tenacidad, pero que, al paso del tiempo, su plenitud luminosa, se torna «de viejos invocando/ …sus presencias ausentes». El libro también es esa metáfora de la casa como lugar destinado a las distopías y utopías. Pasado y presente se entrecruzan a través de la evocación como una estancia del ser que ha vivido y que vive en virtud de la remembranza, un espacio sagrado donde está el poeta. Y ello, además, me hace pensar (tomando en cuenta las respectivas distancias), en «La casa encendida» de Luis Rosales. Pensé, de inmediato, en mi casa de infancia, construida con el amor de la tierra, con paredes de adobe y, alrededor, árboles frutales y un río en el que la eternidad parece cobrar vida a través del recuerdo.

El concepto de  tótem, por su parte, y me remite a Carl Jung y Freud; ello demuestra, a partir de un análisis de la vida de los pueblos primitivos basado en los estudios antropológicos como el horror que los individuos sienten por el incesto es lo que determina su organización social y provoca el establecimiento de una serie de normas rígidas y prohibiciones, las cuales son comparables a los síntomas del neurótico (necesidad de lavarse las manos repetidas veces después de determinados actos, prohibición de mirar o tocar objetos, personas o animales. Pero el poeta nos habla desde el título de «El desamparo del tabú en flor». Y este concepto nos dice que es una «situación o estado de la persona que no recibe la ayuda o protección que necesita.» a más de ello está el sustantivo complemento que hace las funciones de determinante: en «flor», es decir, intuyo que se refiere a que está vigente, pervive o, «que se encuentra en el estado inmediatamente anterior a la madurez.» Rafael Narbona en El Español-cultural, nos dice, entre otras cosas: De hecho nuestras sociedades no escapan a ello. La gran aportación de Jung consistió en descubrir el inconsciente colectivo. En la estructura de la psique, hay un inconsciente personal donde se conserva y agita todo lo que la conciencia quiere reprimir y silenciar, y un inconsciente colectivo, que contiene la memoria biológica de la especie. El inconsciente «es idéntico en todos los hombres y constituye un substrato psíquico común, de naturaleza suprapersonal. Abarca una masa indescriptible de estratificaciones depositadas en el curso de la vida de nuestros antepasados. Contiene uno o dos millones de años de evolución». El inconsciente colectivo está poblado por arquetipos. No son símbolos o imágenes heredadas, sino estructuras vacías e innatas que representan las vivencias cruciales de nuestra especie: la imagen del padre y de la madre, la imagen de uno mismo, la relación entre los sexos, la figura del héroe, del sabio, del embaucador. Los arquetipos se manifiestan en los sueños, pero también en la mitología, el arte y las tradiciones religiosas. El Sí-mismo es el arquetipo central del inconsciente colectivo. Expresa la totalidad del ser humano, su «yo consciente» y su «psique inconsciente». La personalidad individual se forja mediante la interacción entre esas dimensiones opuestas. Esto que he retomado se asocia, además, con «Bellas cicatrices», independientemente de la paradoja, me parece, y lo dice el yo poético: «el olvido es justo y necesario. / Justo para equilibrar las malevolencias/ con las bondades que guarnecieron nuestra vida/ desplegando lo que llevamos dentro:/ por aquí y por allá,”» … No sé si el olvido, en efecto, sea la cura, esa bella cicatriz de cual nos habla el poeta. La vida es inexorable, aunque dance en la memoria con sus abismos afilados. El recuerdo a menudo nos devasta, pero en sus brazos de hipnosis, nacemos y desnacemos.

El in media res del poemario, el brillo del Paraíso que alguna vez fue, y que no es curable el retorno a él, al menos en términos de evocación. Pero el poeta lo da por hecho, algo imborrable y atesorado, como una sombra que se acerca, purificada. «Regocijo, —expresa el poeta— que permanecerá por siempre/ en la memoria azulando/ esas fábulas que refieren/ al final de la historia/… el sentido de la vida.» Por tanto, la vida no enmudece en la piedra caliza de los estertores, ni en el roce de esas líneas del horizonte que el sujeto traza en las instantáneas estriadas de este mundo, acaso, como «Hijos de una realidad inacabada», tal cual uno de sus poemas. Y sí, el ser humano, no debería caminar entre espinas, «Dolorido por los ladridos de una jauría de aturdidos/ que se obstinaron en acumular un botín de miserias.» Sí, no deberían ver la bestia descomunal, aun así, sea entre buganvillas escarlata. En el transcurso de la vida, el poeta José Siles González, ha aprendido no solo el poniente de los jazmines, sino que su vasta experiencia poética y de vida le dice que es necesario en la vida, «aprender su oscuro lenguaje», del que nos hablaba Pushkin en “Versos escritos de noche durante el insomnio.” O bien, como lo entendía don Carlos Bousoño: «el hombre lo único que puede hacer es aspirar, sin pausa, bien que inútilmente, a esa huidiza plenitud anhelada, sea en cuanto hombre que vive y expresa esa vida suya ansiosa de metas inaccesibles, sea en cuanto poeta que escribe un poema, cuya perfección igualmente se le escapa.» Porque la vida es a fin de cuentas una fogata alígera. Y lo que hoy es, mañana puede no serlo.

En este itinerario del poeta, «El desamparo del tabú en flor», la analepsis se convierte en mi opinión en columna vertebral. Hábilmente, el poeta, «altera la secuencia cronológica de la historia, conectando momentos distintos y trasladando la acción al pasado». Lo dicho hasta aquí me lleva al tercer elemento que acoté al inicio de estas digresiones: la noción confesional. Antes, veamos: La poesía no se escribe con inspiración, sino con lucidez y rigor. La lección de Stéphane Mallarmé quedó aprendida, cuando dijo que el poema se escribe con palabras, no con ideas. También queda atrás el lenguaje que convierte la lengua en discurso o en jerga, que es peor, porque el lenguaje es iluminación en la sombra. Verso libre, rítmico, cadencioso. En ese caso, deberíamos hablar pero no aquí es el cometido de los nuevos ritmos del verso prosaico o el despojo de los ritmos clásicos del verso. Lo confesional (en torno al desamparo y la pérdida) salta a lo largo de todo el libro como radiografía del alma. Ya sabemos que la mejor biografía del poeta es su obra y esto, precisamente, es lo que hace grande a la obra. Los grandes poetas han sido confesionales, se implican e implican el tiempo que les tocó vivir. Las Confesiones de san Agustín es un ejemplo. También abundan las metáforas cargadas de novedad y originalidad: José Siles González asume la escritura con sumo rigor y sacrificio. Nos recuerda a Gustave Flaubert cuando escribía dolorosamente en lucha con la palabra. Siles González confiesa que: «Desde entonces todo dejó de tener sentido/ Todo lo que fue a partir de aquella noche», o estos otros versos, en los que hace alusión a una de las aristas referidas: «Es entonces cuando el tabú emerge enfangado del lodazal/ y un asomo de insólita insurgencia recorre ese cuerpo/ acostumbrado a la censura de todo tipo de goces.» Rebelarse es la manera de destruirlo.

Es importante, como lo expresa Miguel Lorenci, «…saber qué me ha pasado en la vida; de dónde vengo, quién soy y dónde estoy. Un ejercicio honesto de verdad vital que está en el origen de la literatura desde los ensayos de Montaigne y es útil para el lector.» Lo cierto en lo confesional es que es un recurso no solo de la poesía y de algunos de nuestros clásicos, es elemento importante en la narrativa. Es Michel Foucault, en mi opinión el más creíble pensador en esta materia: entiende la confesión como algo más que el acto de redención religiosa, más bien como nuestro ritual preferido para la producción de la verdad. La confesión es la técnica empleada en las relaciones familiares, en la justicia y la medicina, en la psicología, en la educación y también en las artes. Vivimos en un sistema que ha convertido al hombre en un «animal confesional» en el que el conocimiento se transmite siguiendo los esquemas y patrones de técnicas que se basan y dependen de la confesión. (Alejandro Melero Salvador: La técnica confesional como recurso narrativo).

El tiempo modifica los límites de la vida, de las ingenuidades germinativas, el paladar y la memoria que hurgan en el disfraz de la escritura. El poeta se atreve a desvelar las realidades del ojo, solo así: «En la memoria sonora de todas las tardes, / noches y madrugadas que se nos quedaban cortas/ para pescar en el faro, recorrer tortugas, arlequines, machos, puerto ricos, waikikis y / uvas jumillanas / retumban los ecos de pláticas socráticas, / venenosos benedictines, vidrios rotos/ …y amistad pura.» Lo que es materia lejana, se acerca, se hace próxima en virtud de la capacidad del poeta para recordarla. Y es que la memoria confesional no deja de ser una calle húmeda, con pájaros suspendidos en el sendero silencioso de la lejanía. La buena poesía como la de José Siles González, desciende a nuestra boca como un follaje que solo la palabra respira y transpira. En este caso, el verso, diáfano, ebrio, sin oblicuidades.

La poesía siempre supone, al menos desde mi modesta perspectiva, un viaje espectacular; para muchos constituye la fábula, la metáfora del agua, del horizonte, del arrebato eterno del ser humano frente a su realidad. Y, así, como dice Rafael Cadenas: «Que cada palabra lleve lo que dice. / Que sea como el temblor que la sostiene. Que se mantenga como un latido.» Este ser humano, a veces platónico, socrático, hegeliano, etc, acumula en su devenir toda la escarcha enjuta del horizonte. No siempre uno cuenta con un nahual que lo ampare, ni esos absolutos en que se constituye la nada. La poesía siempre es reflejo de la vida en cualquiera de los momentos históricos en los que viva el ser humano, el poeta: la realidad nos habla de la vida a través del arte, en este punto de la palabra, de la poesía: en cada época, clasicismo, romanticismo, realismo, simbolismo, creacionismo, surrealismo, etc., la metáfora cambia, el mundo de la poesía toma diversas formas. Sin poesía, —como nos lo dijese Mayakovski—: «la calle, sin lengua, se retuerce: / no tiene con qué gritar y hablar.»  La poesía de José Siles González tiene una proyección vital, aunada a su expresión lírica. «Porque la palabra del alma es memoria» y eso lo recobramos tras la experiencia y los recuerdos. Es más, la poesía está construida a partir de ellos, trasunto y trascendencia del alma del poeta. En atención a esto, el poeta se encarga de acercarnos a ese camino del que venimos hablando: «La irrupción de tu presencia / desleída en un sueño tembloroso / en medio de aquella devoradora madrugada / azota los ecos flameando los ’viejos tiempos’ /…corridos.»

Sin duda una de la más visible singularidad en el estilo poético Silesiano la encontramos en el uso de deícticos, deixis: espaciales, temporales verbales; sin lenguaje, sin pensamiento no existiría la poesía, ninguna poesía de cualquier poeta. Cada palabra del poeta se inserta en un contexto, o está vinculada a él. También está presente en su poesía el elemento referencial, cuya función es importante en el acto comunicativo, la misma nos permite transmitir información y características de todo aquello que nos rodea, (factores externos del propio acto comunicativo y del emisor, lo que permite exponer la realidad de manera concreta y objetiva): lugares, objetos, animales, personas, acciones, acontecimientos. Así, el poeta se fusiona con el mundo, su entorno y «ve reflejada su intimidad en todas sus formas» y conquistas expresivas. Sobre sus ojos derramados en la hoja de papel, el día de las palabras hasta convertirse en alfabeto; transcurrido el misterio, (Aunque Neruda decía que en la poesía existe), el poeta da testimonio en este libro de su periplo como un árbol que crece para la vendimia. El mismo Neruda que rechaza el misterio, dirá tiempo después en uno de sus versos canónicos: «La luz de la tierra sale de sus párpados».

            «Soñarme contigo más allá de todos los limbos», es de singularidad confesional, íntima, evocativa: un diálogo inevitable con su memoria, vislumbres o concreción del amor filial, trocado por la poesía. En otro de sus poemas, el poeta se abre a la realidad que vive la niñez en muchos de nuestros países. A esa niñez desventurada de las periferias de las urbes: «Cuando por fin diviso su rostro / de chiquillo callejero/ distingo todas sus edades / olvidando el ayer por momentos / y advierto en su expresión envejecida / las arrugas que ya han plantado sus raíces»… El hastío también alcanza al poeta por su constancia y territorio infame: «Cuando se desmorona el aire / se respira una decadencia sin aliento / que acentúa la vaguedad de un universo / tan fútil e ingrávido / tan inmensamente vacío / tan puro e invertebrado /…advenimiento mustio del hastío»…; en cambio la noche prosigue en su fijeza de mundo. Quizás muta, pero siempre tiene un sonido largo incapaz de ocultar «la monotonía inapetente/ de las lentas tardes» … En este espacio de la subjetividad, el poema, está intervenido por la historia y la ideología del poeta, sus valores, su forma de percibir la realidad exterior e interior. En este punto, el poeta no renuncia a la referencialidad, porque dicha referencialidad contextualiza el poema.

            La poesía, más que tratar sobre la realidad, quiere ser la realidad, Se trata de una poesía orgánica, viva; (Selena Millares Martín, Madrid, 1992). Un desmantelamiento del tabú del cual nos hace referencia el poeta, del que además han germinado hojas y apóstatas. «Reduciendo el paisaje a una descomunal sombra / Magnificando la lobreguez del crepúsculo».  «Desde siempre, nos confiesa el poeta Siles estuve acompañado por mi sombra / No recuerdo ir a sitio alguno sin su escolta» …Y más adelante, en otro poema, se pregunta: ¿Quién se descubre en su memoria perdida / Caminando por la noche que colmó una plenitud de sombras/ En las que se ocultan todos sus desvaríos? El poeta Siles, desde su yo lírico es consciente de la finitud de la vida, al menos eso pienso cuando siente (lo percibo así) el espesor de la noche y la cúpula del cielo en tierra: «Ahora dedicas tu tiempo a envejecer aún más/ navegando irremisiblemente hacia tu último destino / el puerto habitado de sombras / donde la oscuridad te amará eternamente.» El tabú está presente en casi todas las actividades del ser humano (y no es la excepción la poesía); de ahí siempre la ingente necesidad de la transgresión en unas sociedades más que en otras; y es así como el poeta desea destruir esa danza que yace en la conciencia. Tal situación nos conduce a esa lucha estoica y permanente; como «la incapacidad que encuentra el individuo de fundamentar sus valores morales.»

          La poesía de José Siles González, sin embargo, no se queda ahí a imagen del blanco y el negro como un pájaro ebrio de sombras. Su poesía es un licor de luces magnéticas, con palabras nacidas de su entraña, una conciencia en la existencialidad del ser, como «el poeta que se acuerda de la vida: Vivir no es suspirar o presentir palabras que aún nos vivan.» (Aleixandre, Poemas de la consumación). «El desamparo del tabú en flor», bien puede ser esa consumación de la poesía de Siles González. Seguramente el poeta continuará en esa pesquisa o lucha por entender la sed y la noche, aun con antorcha en mano. Arduo oficio el del poeta: reconstruir el tiempo, mientras el tiempo concurre en nuestras manos como un libro de estaciones y espejos.

 

 

André Cruchaga,

Sábado, 9 de abril de 2022,

Barataria, El Salvador

martes, 4 de marzo de 2025

FRENTE AL ASOMBRO, LA MATERIA TANGIBLE EN LOS CLAROSCUROS DEL ÁNGEL TELÚRICO

 




FRENTE AL ASOMBRO,

LA MATERIA TANGIBLE EN LOS CLAROSCUROS DEL ÁNGEL TELÚRICO

 

 

 

 

Sigo la ilación

extraña

de la vida.

Llama que vuelve novedad

lo que toca.

Como mano de niño.

Rafael Cadenas en Aproximaciones.

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA.

 

 

 

Luis Ángel Marín Ibáñez, con un gesto genuino ha intitulado este haz de poemas breves como Meditaciones, el primer elemento visible a su sensibilidad es el asombro por la vida en cualesquiera de sus manifestaciones. Sigue esa ilación de síntesis de lo que el ojo ve en lo cotidiano, al punto de “soltar perlas”. Y ello me conduce a repensar a Jules Renard, Montaigne, y Óscar Wilde, entre otros. Desde luego los encasillamientos, las clasificaciones, nunca suelen ser lo mejor, pero en este caso, la poesía de Marín Ibáñez tiene ese viso del aforismo; posee, sin lugar a duda y muy arraigada “la estirpe aforística. Tampoco podemos soslayar su inclinación en concordancia con lo ya señalado: la poesía minimalista, cuya esencia radica en que el texto poético ha sido reducido a lo esencial y que no presenta ningún elemento sobrante o accesorio. Richard Wollheim (1923–2003), se decantaba por el uso de la abstracción, la austeridad y la síntesis como nervios que envuelven al poema.

«LA POESÍA NO HA CAÍDO EN DESGRACIA», fuentes clásicas y contemporáneas en la obra poética de Aurora Luque, José Manuel Caballero Bonald, nos dice que la poesía «proporciona una similar sensación de sabiduría y belleza». En este punto la poesía de Marín Ibáñez marca un hito, una voz poética muy peculiar, cuyos imaginarios van más de la mera meditación. La vida en poesía “es hablar de los ojos que lo contemplan, de las lecturas que han configurado esa mirada y del gozo estético derivado de la conciencia de ser poeta”. «La mitad de lo inexplicable/ suele tener un lenguaje profético.» Esta es una afirmación de contundencia insospechada, o sospechada tras una observación aquilatada, tan profunda como la raíz de un árbol, Tan humana y exhausta como el universo. Es como un bocado de destellos de virginales desasimientos.

Por lo general, un poeta como Marín Ibáñez, se decanta por este tipo de poesía, en virtud de un rechazo al letrismo (Isidore Isou, poeta rumano). Y el prosaísmo, “Término prosaísmo, que no recogen los diccionarios de la Real Academia Española hasta 1852 (si bien el de prosaico aparece ya en el de 1737 ), se refiere al «[d]efecto de la obra en verso, o de cualquiera de sus partes, que consiste en la falta de armonía o entonación poéticas, o en la demasiada llaneza de la expresión, o en la insulsez y trivialidad del concepto» y en la «[c]alidad de prosaico, vulgar, trivial»7”  Como se ha acotado, no es objeción a que se utilicen vocablos de la vida cotidiana, ni los textos poéticos demeriten por su estructura independientemente del tema  tratado por los poetas, sino en la incoherencia, muchas veces, cuando se pierde la identidad del destello poético y aquello (el artefacto) se torna ininteligible y grotesco. En este punto, diría que hay un emboscamiento del pensamiento, contrario a la condensación e incandescencia del poema breve, en cuyo caso, deja una estela de luz, un misterio que el lector habrá de dirimir en las entrañas sendero.

«Nunca habrá una luz eterna/ sin el Poema del primer origen.» ¿De qué origen nos habla el poeta? ¿De qué luz nos habla el demiurgo? Si nos atenemos a la filosofía platónica tendríamos que remitirnos a la divinidad que crea y armoniza el universo. Sì fuese desde los ámbitos de la filosofía de los gnósticos, alma universal, principio activo del mundo. Em ambos casos me atrevo a decir que luz y primer origen están estrechamente vinculadas al ser que armoniza el horizonte. En este contexto también encontramos intertextualidad como el siguiente: «El caballo de Troya semeja/ el canto más perfecto de todos los poemas.» Antes el poeta nos ha referido los molinos de viento, de Cervantes. Pero volvamos, El caballo de Troya, es toda una metáfora vinculada al reconocimiento de la victoria y también a la destrucción. En ambos puntos, hay al menos aparentemente cierta correspondencia: la primera vendría a ser, la posesión absoluta del poema, su síntesis metafórica y la segunda porque reducimos el universo, incendiamos la emoción para verterla en un sembradío genésico.

Es importante destacar a efecto de darle sustento teórico a «Meditaciones», la alocución que hace Leticia Bustamante Valbuena (Tesis: Universidad de Valladolid): «El concepto de brevedad, que es el rasgo más evidente y destacado por la crítica al menos en sus inicios resulta controvertido. En primer lugar, la extensión es un concepto relativo que ha de vincularse a una tradición literaria concreta y a un momento determinado, es decir, la concepción de lo que es breve y de lo que no lo es depende de factores histórico-contextuales o, si se prefiere, diacrónicos y sincrónicos, que se ven afectados por el ámbito geográfico, cultural, lingüístico y literario. En segundo lugar, la nomenclatura según la extensión encuentra dificultades para fijar los límites que se toman como referencia. Y, por último, no parece que este sea un criterio válido para distinguir manifestaciones literarias cuyas características definidoras apuntan hacia rasgos pragmáticos, semánticos y discursivos que no se pueden medir exclusivamente por el número de palabras.» Lo cierto es que este poemario, aunque parezca marginal (por su brevedad) respecto del resto de su obra, constituye la raíz vivencial y lírica del poeta Marín Ibáñez y, acaso, un eje esencial de su existencia como creador, la reflexión del yo poético frente al paisaje humano. El espejo desde el cual el ojo desmigaja los ultramundos de las armaduras de la realidad.

Podemos hablar, también de poesía epigramática si nos atenemos a su definición, pues su contenido revela una verdad profunda o un sentido oculto. Tenemos grandes cultores desde la época griega o romana, la «Antología Palatina», por ejemplo, Séneca, John Donne, Jonathan Swift, Ramón Gómez de la Serna, Camilo José Cela, Góngora, los poetas que pertenecen al Siglo de Oro entre otros cultores, a más de los ya mencionados al inicio de este escrito. Pero qué lo hace relevante o atractivo, sin duda: la brevedad, la economía del lenguaje, su concisión y concentración expresiva, Perfección técnica, sorprender, deleitar y en ocasiones, conmover. Materia artis (variedad temática). En el caso de «Meditaciones» de Marín Ibáñez, su trabajo, constituye todo un manifiesto poético: «El hombre crucificado/ cada noche va al encuentro/ del primer Silencio.», o este otro, «También los jazmines/ ocultan esos labios petrificados/ que fueron el arabesco de un Todo.» Algunos tecnicismos como indican, medida, ritmo y metro, son infrecuentes en el estricto sentido de los conceptos; no así el ritmo. Lo importante, en todo caso, es destacar que «Meditaciones»”, es un haz de poemas cuya Agudeza y Arte de ingenio, son incuestionables. Marín Ibáñez es un orfebre en este punto.

«Meditaciones», es una obra de mucho merecimiento. «Fidelidad a la vocación, un encendimiento sereno sostenido en una larga vida,» de poesía. En esta obra tallada y reveladora, es una cercanía a su propia humanidad y a la humanidad de los demás, pues su estro alumbra en definitiva luz de orfebre. Es el ángel entre los claroscuros de la humanidad, del tiempo, de la historia, su vinculación con lo real del ojo que observa y aquilata las imágenes del entorno. «Meditaciones», es un trabajo poético certero y sobrio, de un brillo que nos permite ver todo lo posible, el latido, el secreto de la poesía, la belleza profunda del alma, a veces, una pasión cándida que nos mira en el sueño.

En la plenitud de cada poema, una semilla diseminada, fruición de vigilias y alucinaciones, hendeduras que se deslizan como volutas sobre la epidermis de la luz. Es un torrente sobre la superficie de nuestra humanidad, cada poema está hecho de tiempo, de instantes, de fotografías primordiales, de vuelos ávidos que quieren convertirse en articuladas lentejas terrestres. Es el poeta frente al asombro. Según la RAE, extrañeza, cosa asombrosa. Es justamente esto: las palabras rozan superficies y profundidades, soplan, nos hablan, hormiguean en bocanadas de imágenes y esquirlas iridiscentes, es decir, brillo radiante, como un vuelo renacentista de ventanas. «Noche nupcial:/ Hasta el semen de los dioses/ está colgado del alba.» Y luego nos continúa diciendo el poeta: «Hay rosas ocultas en los relojes/ como hay espejos atrapados en el mar.» El poeta ha sabido conjugar su riqueza interior desde estas analogías con su espíritu creador. En este su libro «Meditaciones», el autor traza un complejo cuadro y preciso de todos esos descubrimientos merced a la palabra.

          En palabras del profesor David Lagmanovich, «Una manera fresca de considerar la realidad y la literatura, una actitud auténticamente vanguardista más allá del concepto histórico de las vanguardias […]. [La otra mirada es] la que rechaza actitudes conformistas y afirma los privilegios de la imaginación y la buena escritura. Una escritura que se practica, tanto en España como en Hispanoamérica, con confianza en sí misma y en la capacidad de comprensión del lector.» Frente a las diferentes perspectivas teóricas, es importante la flexibilidad del género. En este punto Marín Ibáñez desarrolla notablemente el poema, su viaje íntimo del alma. Éste es un viaje alrededor del tiempo del poeta, un viaje con una marca propia y consolidada, inconfundible en las líneas de pensamiento que lo caracterizan e individualizan. El poeta está en una etapa de madurez, de ahí el cáliz fino de estas «Meditaciones» un ángel o mensajero que se remonta a lo ancestral, a la orfebrería de la concreción, a esa luz que resplandece en cada texto.

          Cada texto, sin duda es una rebelión de los sentidos. Él ahonda en la experiencia humana, con una estética producto de su observación cotidiana y una arquitectura que se concreta en la reflexión: «En las cortinas/ cada instante suenan atabales/ pero sólo el Silencio es Luz»O este otro: «Con insultante voz/ el campanario tensaba y tensaba/ el cantar de los mendigos.» Continua y reiteradamente, el poeta hace referencia a luz, ¿a qué debemos atenernos?, ¿cuál es su acepción aquí? Intuyo que lo extrapola, el concepto lo coloca en el plano de: La iluminación espiritual (en alemán, Erleuchtung) es la experiencia de lo divino. Es un esclarecimiento interior. Si el concepto lo trasladamos al plano filosófico, diríamos que es la iluminación intelectual (en alemán, Aufklärung). En este sentido, es esclarecimiento interior, llegar al fondo, dilucidar un asunto o una doctrina, (los entramados del «alma» frente a la cosmovisión del espíritu frente al mundo. Aún más, es la voluntad de liberación, de las emociones, sentimientos y pensamiento. Por eso, expresa el poeta: «Por mis manos vuela el canto de las giraldas/ y maitines que lloran en la sombra.» y agrega: «Hay veces que la claridad no quiere dar la hora/ y no presta la llave a la guitarra de los astros.» En este punto resaltan las imágenes creacionistas, a la usanza de la greguería, que de alguna manera hermana a este poemario.

          Después de esta deliciosa lectura, zanjado el alfabeto, seguramente «Todavía quedan dédalos silvestres/ que voltean el inconsciente/ con ajuares poblados de Razón.» Tal vez la misma luz extensa y profunda, o una exclamación de ojos sobre la superficie líquida de los equinoccios de la palabra hecha poesía. Tal vez la claridad no sea un tiesto frágil, ni escama, sino un resplandor quemante. «Meditaciones» resume lo que en el pecho deja la vida. Nadie dude que, en cada palabra, en cada verso, existe ese fuego entre las manos.

 

 

André Cruchaga,

Barataria, El Salvador, a veinte días transcurridos

del décimo mes de dos mil veinte.


domingo, 2 de marzo de 2025

CLAMOR DE RAÍCES PEREGRINAS, LA LUCHA PERPETUA CON LOS DEMONIOS DEL ESPEJO

 



CLAMOR DE RAÍCES PEREGRINAS,

LA LUCHA PERPETUA CON LOS DEMONIOS 

DEL ESPEJO

 

 

Y el viejo barquero, con la mano diestra,

retiró la barca, se fue lentamente…

En el panorama, tétrico, silente,

fulguró en sus ojos una luz siniestra. 

JULIO CUELLO PERELLÓ

 

 

El poeta irrumpe con su poemario recurriendo a través de la evocación al mito de Caronte, (poema 1), «el barquero del Hades» ese personaje que se encargaba de transportar el alma de los difuntos; a su vez, los muertos debían llevar una moneda (óbolo) para pagar su viaje al más allá; y, quienes no podían pagar ese viaje, vagaban casi una eternidad por las riberas de Aqueronte. Según Ana Vidal Mesonero: «En el siglo I a. C., el poeta romano Virgilio describe a Caronte en el descenso de Eneas al inframundo, después de que Sibila de Cumas mandara al héroe la rama dorada que le permitiría volver al mundo de los vivos. En el Canto III de la Divina Comedia de Dante, aparece Caronte cuando Alighieri, Virgilio y Dante atraviesan la puerta infernal, el vestíbulo de los cobardes y el paso del Aqueronte. Aunque con frecuencia se dice que conducía las almas por la laguna Estigia, como sugiere Virgilio en su Eneida, según la mayoría de las fuentes incluyendo a Pausanias y Dante el río que en realidad transitaba Caronte era el Aqueronte.» Además, Pintores diversos también han transitado a través del mito en cuestión, como: Joachim Patinir, Miguel Ángel, Gustav Doré, osé Benlliure.

Decía Gastón Bachelard (1884–París–1962) en «La poética de la ensoñación» que «La imagen poética ilumina con tal luz la conciencia que es del todo inútil buscarle antecedentes inconscientes» … que «la poesía es uno de los destinos de la palabra. Al tratar de afinar la toma de conciencia del lenguaje en el plano de los poemas, tenemos la impresión de tocar al hombre de la palabra nueva, de una palabra que no se limita a expresar ideas o sensaciones, sino que intenta tener un futuro. Se diría que la imagen poética, en su novedad, abre un futuro del lenguaje». El poeta, entonces, trata de iluminarlos recurriendo a este elemento, porque es la imagen en el espejo de todos, es el destino y la crudeza, la sensibilidad poética como lenguaje radical y envolvente. «¿Por qué, decía D. Claudio Rodríguez, quien ama nunca/ busca verdad, sino que busca dicha? / ¿Cómo sin la verdad/ puede existir la dicha? He aquí todo.» La poesía y la vida son campos fértiles, la evidencia de esas paradojas que mantienen en vilo al poeta y que evidentemente universalizan el misterio de la poesía hasta los límites de la condición humana.

Por su parte, el poeta Héctor José Rodríguez Riverol, muchos siglos después, en nuestros espacios iberoamericanos, y en su libro «Caes de mi tuétano», nos habla en los límites de las quemaduras de esas viejas llamas de la fogata que no se extinguen, porque están ahí en el espejo de la vida: son los demonios coexistiendo ahí y que nunca requieren de viáticos. Entonces surge el ángel de los demonios y pasa por los fríos, el miedo y el abandono. Este transitar con todas sus obsesiones no deja de ser un trayecto espiritual y emocional, un encuentro que nos confirma su condición de ser humano, protagonista de sus conflictos interiores. Sobrevive la náusea, los recuerdos, el hipo: el poeta se quema en su pira y en dicho trance, exhala: «Caes de mi tuétano y llueve soledad/ para reafirmar que morí a la sombra de un boceto.»

José Rodríguez Riverol, ha conseguido en este poemario imprimirle un carácter peculiar, una suerte de compendio cerrado. Vemos aquí la razón de ser de la poesía: comunicar la plenitud de la palabra en paralelo al caudal de la memoria. Vemos a un poeta armónico con su coetaneidad y determinado en su poética alejada de los cánones clásicos, distante de esos juegos verbales que hacen de la poesía un laberinto, es poesía ´profundamente sentida con un claro fondo existencial y demiúrgico. Una voz poética que aspira a una poesía total, trasunto del alma para su trascendencia. El poeta, pues, sin límites poetiza todas esas circunstancias por las que atraviesa: memoria, tiempo e imaginería, hacen del presente poemario un compendio de íntimo diálogo y trascendencia.

«De mi tuétano», está constituido por 33 poemas. De estos, destaco dos elementos: Caronte, ya abordado al inicio de estas divagaciones; y el otro, «Dalila», en el poema 5. Si aquel, es un mito griego, éste nos remonta a la Biblia y a los Filisteos, la antigüedad judeocristiana y su memorable árbol de Dios. Sucede que en atención a esa historia, el ser humano es aprendiz de un sinnúmero de simulaciones, de esas antípodas del azar o del destino, sabiduría de realidades e irrealidades, fuentes de una especie de iniciación del Paraíso con todos sus embustes, inquietudes y eufemismos. En ese ahuecamiento del cual el poeta es el centro, y no sin sobrada razón, consciente de ello, lo articula al punto de entregarse a una especie de resignación: «deja entonces que mi rostro transite su propio delirio, / que se tumbe en la hojarasca y allí lo marchite el abandono, / deja que llore con la ambición de amanecer.»

En los «demonios del espejo», vocablo que deviene (Del lat. specŭlum), nos encontramos con una de las acepciones que la RAE nos brinda: «Cosa que da imagen de algo. El teatro es espejo de la vida o de las costumbres.» Pues bien, resulta que Dalila (hebreo «D'lilah», deseo), constituye un espejo, como lo es «el barquero del Hades». En el caso segundo, Dalila es el espejo de la intriga, la maldad, la seducción, el cinismo. Utilizada por los filisteos para que sedujera a Sansón, a quien éste le reveló el secreto de su fuerza, la cual residía en sus cabellos, haciéndole faltar a su voto de nazireo. Dalila, le cortó el cabello y lo entregó a los filisteos, quienes lo llevaron a la ciudad de Gaza, lo encarcelaron y le sacaron los ojos. Posteriormente, Sansón derribaría el templo al dios Dagón de esta ciudad, en donde todos murieron, Jc 16, 4-21.

La poesía desde luego es el espejo de un entorno real o imaginario del poeta: «los espectros», a los que hace alusión el poeta Riverol, “saben cómo rasgar las inusuales vestiduras del sosiego/ para hacerme bailar con el iris del desaliento, / la cadavérica vigilia/ y la inseparable sombra del temor.»  A través del texto visualizamos la realidad inherente que nos quiere mostrar el poeta. De ahí la importancia de lo que dice C. Bousoño: «visualizar» “es tanto como «estetizar» (..j, la función de la visualidad es clara: potenciar lo poético, elevar lo poético a un arado de mayor intensidad. En nuestra terminología lo diremos así: la función de la visualidad es ayudar a la imagen visualizada a cumplir con mayor plenitud su oficio «individualizador» del significado que le corresponda”

Con esa realidad simbólica que el poeta nos muestra tratamos de intensificar el significado a través de la emoción, es decir, el otro significado de la cosa representada en el espejo, quizás de lo que está detrás de la máscara: la luz, la sombra o la misma oscuridad, el espíritu que no se ve, aunque sea cosa viva, el corazón que llama y se adentra en el desierto. De ahí la ingente necesidad del poeta de descreer, dudar, sí, de la condición humana. «No concibo su virtud (esa que nos forja) / —expresa Riverol— pero sí el traspiés que parecen representar.» El poemario es como la voluntad de los ojos, la forma a través de la cual anudamos nuestras emociones.

Inherentes al tema que me he propuesto en estas digresiones, están otros muy afines y peculiares a la poética de Riverol, y al poemario mismo que nos ocupa. La poesía siempre está constituida de aciertos, desatinos, misterios, turbaciones, silencios y luces y humanidad, entendida esta última como la capacidad de empatizar a través del texto literario con los demás de nuestra especie. Cada poema está escrito certeramente. Por eso su poesía se siente como si tocáramos la carne del ser humano: en cada poema está el latido del ser que, en definitiva, es el secreto de la poesía: nos comunica algo y, así, logramos ver lo remoto. Con total acierto, el poeta nos dice: «¿Acaso no es eso el camino? :/ un pedal de experimentación, / una frontera que evoluciona, / un sostener el desánimo con las riendas del tiempo/ y golpes de talón en los costados.»

La combinación de temas diferentes le da al libro, versatilidad y también distanciamiento con la poesía anodina. Cada poema es un eslabón del paisaje que nos muestra el poeta, paisaje que lo vuelve una experiencia humana íntima. Son poemas de dudas, frente a los dilemas personales de estar en el mundo, un concierto lírico que el ojo ha ido acumulando: «Qué son los días sino empedrados de historia, / guijarros cada instante/ y acontecimientos la concavidad de sus canales.” El poeta es un auténtico orfebre y para consumar esa orfebrería, va recogiendo y registrando todas esas expresiones del entorno. Matizando lo que sostengo, el poeta lo resume de tal forma que no se requiere de mayor esfuerzo intelectual para comprenderlo: «soy con el mundo/ un bucear de manos para tocar el alma».

Vicente Aleixandre, allá por 1950, ante la Real Academia Española de la Lengua, dijo algo que hoy me ilumina en este cometido: «Todos los poetas han hecho acaso lo mismo, como todos los hombres: vivir, amar, sufrir, soñar, morir. ¿Qué son los poetas sino súbitos agolpamientos de un latido instantáneo en ese mismo único cuerpo continuo que infatigablemente pervive?» Así, el poeta puede mitigar la sed, aunque no sea su sed, puede perpetuar el abandono y el olvido, reiterar sus demencias y, mirar, si se quiere sobre una piel quebrada. Después de todo siempre pervive aun cuando sea sujeto de la volatilidad del tiempo. O de esas otredades que se vuelven verdugos de su pálpito.

A veces la palabra puede recostarse en la brevedad de un latido o suspiro, puede sobrevolar en las miserias del alma o en una canícula, e inclusive «sacar el alma», la sustancia. Sin duda la poesía de Riverol constituye esa parte del mundo en el que estamos inmersos, «continuación de la modernidad y que ha sido llamada «postmodernidad» (Lyotard, 1983). Pero uno tiene limitaciones y no puede dilucidar desde la poesía los enigmas del mundo. Sabido es que la poesía, sí, como puede, se adentra, explora ámbitos desconocidos para sumarlos al entorno que conocemos, es decir, transcurre desde un punto A, a un punto B, el poder de la imaginación y lo real, aunque no «haya razones, ni presunciones lógicas, mucho menos “perspectivas a la realidad objetiva». La poesía es sencillamente lo que es: una liberación de obsesiones y sueños, una invención de mundos interiores e íntimos, una asimilación plena de la realidad y transformación profundamente en estética.

Pero ¿qué nos quiere decir en definitiva el poeta con eso de «¿Caes de mi tuétano», hasta el tuétano, o hasta los tuétanos? El Diccionario de la RAE, nos da varias acepciones al respecto. Para mi propósito me quedo con ésta: «locs. advs. coloqs. Profunda o intensamente. Enamorado hasta los tuétanos. Una institución comprometida hasta el tuétano en la defensa de la naturaleza.»  El poeta a este respecto nos lo dice: «¡Soy avalancha emocional plena y madre de los oprobios!,/ indigno arquero que tensa y lanza/ desgarradores palos de amor iluso/ antes de recaer en otra degollina pasajera/ en mitad de las sienes.» Pero, además, agrega: «Sería más fácil dibujar el abismo/ si fuese golondrina errabunda, tardía y risueña.» No hay aquí metafísica sino un fulgor de entrega absoluto, al extrañamiento y a la trascendencia. Si no, carece de sentido el desgarramiento. Resulta paradójico, pero ahí está la esencialidad, la belleza labrada en el pozo del poema. La escritura, entonces, es el espejo de la virtud de quien se entrega a la iluminación del espíritu, de quien transforma el deletreo del murmullo con lo sublime de la entrega total.

Contrario a lo que decía Borges, de que era sombra tutelar, sí creo que el poeta lleva consigo muchas sombras que luego transforma en prístinas rajas de luz. Eso es lo real y son, sin dudarlo, prolongaciones de la vida, de lo real, de lo cotidiano. El ser humano no puede vivir sin ellas porque forman parte del orden del mundo, porque son parte legítima de la cultura. El estar en los límites del mundo no siempre es a voluntad, las sombras se tornan en miedos, en laberintos imaginarios. Llegados a este punto, nos dice el poeta Riverol: «¿Es el miedo perenne como ciertas hojas? / Ennegrece el cuello albino la mano que lo estrangula/ como si un tropel de astenias/ nos arrollase el brillo, la pauta y el clamor, / pero hay túneles habitados por la luz/ dentro de toda individualidad/ y también en los raíles de la soledad absoluta, / en los vagones de insatisfacción y consuelo/ que empuja y sobrelleva/ esta caldera de vapor en ayuno.»

En esta visión de mundo, hay una especie de duelos, rupturas y fisuras de lo real con lo que acontece en la interioridad del sujeto (yo poético). Metonimia y perspectivismo son cruciales para dilucidar ese mundo de encrucijadas. Lo vivido por el poeta no queda en el vacío, ni en el silencio, sino en el cuerpo que avanza tras nuevos derroteros. Tampoco es un reloj en desuso, sino una intemporalidad de equilibrios al límite de lo sintiente, pues con alguna certeza, «En los pómulos del corazón se corta el infinito», a sabiendas que «La eternidad tiene una alambrada/ que se reduce a cómo discernirla desde cada anfiteatro, / los sueños a nuestra colección/ sean pleamares, centellas o abismos.» Sea lo que sea, siempre habrá sombras o demonios en el espejo, mientras en algún punto de la lejanía se hace tarde. Entonces, sabrá el poeta que, en ese artefacto, donde uno se mira hay una tiza para reescribir hasta el tuétano, las confesiones de la piel.

André Cruchaga

(Barataria), El Salvador, a 31 de enero de 2022