miércoles, 8 de enero de 2025

La sustancia poética de Ahora es de noche y tú no tienes nombre. De nuevo la trascendencia sin concesiones de André Cruchaga

 



La sustancia poética de Ahora es de noche y tú no tienes nombre. De nuevo la trascendencia sin concesiones de André Cruchaga

José Siles

Catedrático Universidad de Alicante. Facultad Ciencias de la Salud (España)

 

            André Cruchaga (Nueva Concepción-Chalatenango, 1957), es una persona que rebosa humanismo por los cuatro costados. Su vida, tan compleja y llena de matices como su poesía, es, en cierta medida, el resultado de un amplio compendio de actividades y dedicaciones, la mayor parte dedicadas a su faceta pedagógica en enseñanza media y universitaria: docente, gestor educativo y, sobre todo, un esteta que ama el lenguaje y lo emplea sin complejos para transformarlo en arte…arte de la palabra como un artesano de la sublimación expresiva. Cruchaga, salvadoreño y ciudadano del mundo, inició su andadura literaria en la década de los noventa. Lo hizo a conciencia, pues se dedicó a escribir de tal forma que, casi sin percatarse, acabó siendo abducido por la poesía hasta un punto de dedicación colindante con la exclusividad. Su memoria, experiencias, sensibilidad, intuición e inteligencia, a partir de dicha década (tal vez mucho antes, pues estas cosas connaturales no se improvisan), se pusieron a disposición de una creatividad insólita mediante la que este singular poeta comenzó a drenar sus pulsiones otorgando a la poesía la potestad de erigirse en su válvula de escape estética, su salida al mar para verter tamaño acopio de impresiones, emociones y sentimientos acumulados a lo largo de una vida vivida sin carencia de intensidades y tensiones.

Poeta ubicado entre la hipermnesia y el olvido: La obra del poeta salvadoreño es tan dilatada que parece como si hubiera sido “bendecido” con una buena dosis de hipermnesia, una afección que le permite recordarlo todo a costa de mantenerse en un estado de vigilia perenne manteniendo activa y sin descanso alguno su atención. Borges, en su “Funes el memorioso” describe como Ireneo Funes recuerda hasta la extenuación todo lo acontecido…hasta el último detalle, lo que puede resultar extremadamente agobiante. Esta incapacidad para el olvido o la desmemoria, se debe al insomnio que padece debido a un accidente que le impide tanto conciliar el sueño como crear parcelas de olvido para purificar su memoria (Borges, 1988). Tal vez Cruchaga sea un poeta insomne o sonámbulo, que es capaz de mantener activas de forma continua todas sus capacidades perceptivas al servicio de la memoria con el firme propósito de que no se le escape nada de lo que ocurre y se almacene convenientemente en su depósito de retentivas. Así, nos encontramos que el sonambulismo está presente en diferentes poemas: “Rebelión de sombras”, “Muelle de pañuelos” , “Tierra difusa e irreal” o  “Ábaco de sombras”. Cruchaga, se sirve de la poesía para drenar los sentimientos que se acumulan en su hospitalaria memoria, siempre dispuesta a dar asilo a los ecos de sus experiencias vividas, soñadas o imaginadas. Sí, es posible que la asociación entre experiencia vivida, recuerdo de la misma e intuición hayan sido los pilares sobre los que se ha cimentado la talentosa y prolífica poesía de Cruchaga, una poesía que se involucra, a pesar de esta aparente hipermnesia,  en el olvido con el propósito de purificar el paisaje donde —como en los relojes blandos de Dalí—[1] el sustrato lírico vence al tiempo cronológico manteniendo vigente una insultante juventud que le permite desarrollar una lírica tan profunda como extensa. Estas alegorías del olvido, esencial para enriquecer la memoria tal como sostenía Nietzsche (1999), aparecen en diversos poemas de este nuevo poemario: “Escarcha en la bahía”, “Ché la diritta via era smarrita”, “Turbiedad del tiempo nuestro”, “Sumario de la materia”, “Estertor de la sangre”, “Ábaco de sombras”, “Corazón de epifanías”, “Ahora, esto es la vida”, “Arqueología del tiempo indefinido”, etcétera.

Para avalar el carácter prolífico de André Cruchaga basta con echar una mirada a su amplia obra de alcance internacional (ha sido traducido a nueve idiomas hasta la fecha con varias ediciones bilingües) más de una veintena de poemarios, entre los que destacamos: “Alegoría de la palabra” (1992), “Memoria de Marylhurst” (1993), “Visión de la muerte” (1994), “Enigma del tiempo” (1996), “Roja Vigilia” (1997), “Rumor de pájaros” (2002),” Oscuridad sin fecha” (2006), “Pie en tierra” (2007), “Caminos cerrados” (2009), “Viajar de la Ceniza” (2010);  “Poeta en Barataria” (2010), “Cielorraso” (2017), “Balcón del vértigo” (2014), “Lejanía” (2015), “Viaje póstumo” (2015), “Via lliure” (2016), “Ars moriendi” (2018), “Motel” (2018), “La experiencia de vivir” (2018), “Cuervo imposible” (2019), “Vacío habitado” (2019), “Huidobro redivivo” (2019), “Lejanías rotas” (2020), , “Antípodas del espejo” (2021),  “Umbral de la sospecha” (2023), “Precariedades” (2023), “Metáfora del desconcierto” (2023), “Camino disperso” (2023), “Travesía de la muerte” (2023),  “Invención de la espera” (2024), “Cadáver Baudelaire” (2024),  “El hijo de la estación de trenes” (2024), etcétera.

El reincidente Cruchaga nos vuelve a sorprender con un nuevo poemario: “Ahora es de noche y tú no tienes nombre[2], una obra integrada por 125 poemas en los que el poeta salvadoreño vuelve a tratar esa vasta y variada temática cuyo arco cromático oscila entre el oficio de vivir, el tiempo, la nostalgia por un pasado que se obstina en mantener su huella en el presente, atisbos  de incertidumbre, piadosa barbarie que nos devuelve al atávico primitivismo, ausencias, vacíos y presagios, injusticia, incomprensión  y, obviamente,  el heideggeriano misterio insondable de la muerte. Sin embargo, el tono de intuitiva contención que mantiene el poeta nos acerca a la idea —si no de aceptación— sí de constatación, a pesar de todo, de la conciencia de vivir plenamente.

Una de las constantes que se mantienen vigentes en este nuevo poemario es su originalidad, una capacidad para innovar: “(…)  tan natural que deslumbra casi sin querer, confiere a sus versos (y a su prosa poética) la trascendencia desnuda en sí misma, sin los abanderamientos tendenciosos ni artificios baldíos; tal como hacen los grandes escritores que no necesitan mutilar la realidad para hacer más fácil la comprensión de las contradicciones de la vida (…)”. (Siles, 2024, 331). Otra de las características que constituyen las señas de identidad de André Cruchaga consiste en su acercamiento a las raíces de la realidad poética, allá donde anida la trascendencia, con una clarividente perspicacia omnipresente en este poemario.

Entre la cadena de inmutables condiciones de la poesía cruchaguista, hay que destacar su indiferencia y autonomía respecto a las tendencias poéticas vigentes, poco dadas al radicalismo trascendente y más inclinadas a borborigmos pirotécnicos ventoseados desde planteamientos tan tradicionales como intelectualmente insustanciales (Ortiz, 2019). La radicalidad cruchaguiana se revela, por ejemplo, en la enorme preocupación por la ausencia de identidad, en esa oscuridad sin nombre (en alusión al título de este poemario), que esta poesía delata conservando las inconfundibles señas de identidad, manteniendo con firmeza y resolución una serie de líneas maestras que cimentan su obra.

Sin ánimo de etiquetar[3],  tal vez la denominación más apropiada para describir la poesía cruchaguiana con el menor artificio posible sea el concepto: “poesía humanista y sensorial” (Siles, 2019).  El humanismo poético de Cruchaga se revela, además de centrar el arte de la palabra en la persona, en las diversas fuentes de las que bebe su poesía: creacionismo, ultraísmo, absurdismo, etc. Las influencias de Cruchaga son inabarcables para el que suscribe (y para cualquiera que no sea el propio poeta), pero, por ejemplo, resulta nítida la influencia de Vicente Huidobro quien equiparaba el arte poético al ejercicio divino, dotando así a su poesía todo el potencial creativo inherente a la libertad de los dioses.

Otra de las constantes de Cruchaga la constituye su recurso a la sinestesia (polisensualismo)[4], la metáfora y el simbolismo; siempre empleados como cargas de profundidad para desenterrar las raíces más ignotas de la experiencia. Además del mencionado Huidobro, tanto la sinestesia como el creacionismo se pueden percibir en la obra de otros poetas que también han influido en la vida del salvadoreño:  Juan Ramón, Quevedo, Vallejo, Alexandre, etc. (Ynduraín, 1969; López Martínez, 1991; Córdoba et al, 2012).

Tanto el carácter sinestésico de esta poesía como su progresiva decantación hacia una creatividad ilimitada o divina, denota también una vinculación con el enfoque cuántico (al final todos somos fotones, luz, energía en un eterno baile o trasiego) y con la dimensión fractal de la palabra como mecanismo de superación de las limitaciones impuestas por la realidad (Durán, 2017; Martínez Simón, 2018). En “Rebelión de sombras”, Cruchaga explora la capacidad del lenguaje para crear nuevas realidades describiendo su entrada a "vestiduras que no tienen nombre" y su chapoteo "sin salir de los oscuros follajes de la hipnosis" (Cruchaga, 2025, 19). Estas imágenes sugieren la posibilidad de usar el lenguaje para crear espacios de libertad y resistencia dentro de un mundo opresivo. De forma que en "Ahora es de noche y tú no tienes nombre", el poeta insiste en la sinestesia como un adicto a la recurrencia de tal recurso para evocar una atmósfera de desolación, pérdida y desarraigo que, empero, no implica desapego a la existencia, sino más bien, una superación desde el más íntimo plano del poeta.

La obra está colmada de ejemplos de sinestesia, donde los colores se escuchan, los sonidos se palpan y los olores se visualizan. En el poema “Ruido y furia” de resonancias faulknerianas, Cruchaga emplea la expresión "aroma quemado” que se mezcla con la sensación visual y táctil de "arder". “(…) sino en el aroma quemado que arde después de leer los gritos duplicados del regazo (…)” (Cruchaga, 2025, 11). Asimismo, en  “La tierra de los adioses”, el color "amarillo" se asocia al sonido de los "gritos", creando una imagen disonante y perturbadora: “(…) esa catarata de sangre en la boca y sus límites amarillos/ de locura suspendida en la ferocidad de un nombre (…)” (Cruchaga, 2025, 76). En “Es de noche y tú no tienes nombrereaparece la sensación visual de las "sombras" fusionándola con la sensación táctil de "recorrer" el rostro: “(…) Sientes que solo hay sombras que recorren tu rostro y no alcanzas a ver qué es lo que refleja el espejo quemado (…)” (Cruchaga, 8).

En el poema “El ruido del poniente”, el sonido se describe como algo "amargo", mezclando los sentidos del oído y el gusto: “(…) El ruido amargo del poniente es eso: una perversa ventana de rodillas que hace de la angustia su propio talismán (…)” (Cruchaga, 2025, 45). En “Criptas erigidas por la memoria”, la lengua se describe como "sórdida", mezclando el sentido del gusto con un juicio moral: “(…) He aquí en las postrimerías del tiempo unas llaves oxidadas/ pateando el frío de la lengua sórdida de Lázaro.” (Cruchaga, 2025, 93). Así, se observa como mediante la sinestesia, Cruchaga logra transmitir de manera poderosa las emociones y sensaciones que impregnan la obra, dado que el lector no solo lee sobre la tristeza, el dolor y la desorientación, sino que las experimenta sensorialmente a través de las imágenes sinestésicas del poeta. En definitiva, el recurrente recurso a la sinestesia se convierte así en una herramienta fundamental para la construcción del significado y la atmósfera del poemario.

En “Ahora es de noche y tú no tienes nombre”, Cruchaga, explora la condición humana a través de imágenes de oscuridad, soledad, abandono y pérdida de identidad. Los poemas, escritos en un lenguaje poético y denso, se centran en la búsqueda de un nombre propio en medio de la áspera experiencia de no pertenencia donde se perciben sentimientos motivados por la incertidumbre y la fugacidad del tiempo. Asimismo, en este poemario, a poco que se lea entre líneas, se aprecian diferentes tipos de angustia y vacío descritos mediante un acertado y muy original uso de la metáfora y la alegoría, como instrumentos para mostrar simbólicamente esa lucha eterna que desde Virgilio constituye el incesante combate en aras a encontrar un lugar en el mundo y la búsqueda de sentido en medio de la fragilidad y la desilusión (Broch, 2019).

De manera que, desde estos sentimientos de inexistencia, tales como: silencio, oscuridad, pérdida de identidad y muerte; Cruchaga ya alude a la muerte, a la pérdida de identidad y a la inmersión en la oscuridad.  Nos encontramos de bruces con la "materia en penumbra del silencio" y "rostros mortuorios" que no tienen nombre. La noche, además de la oscuridad, simboliza la muerte y la incertidumbre. En “La Memoria Siempre y Sus Descreencias", la muerte se presenta a través de imágenes como "sombras", "polvo y sollozos", "candil en desuso", "lecho convertido en monólogo", "escombro del éxtasis" y "manos sangrientas del despojo". La muerte, pues, se relaciona con el paso del tiempo, la pérdida de la inocencia y el deterioro de la memoria. En “Más Acá del Deseo y Más Allá de la Muerte", Cruchaga explora la búsqueda de sentido en un mundo donde la condición de mortalidad está omnipresente: "comensales de Leteo", "mugido de los mataderos", "espectáculo más avieso del deseo confinado a las estatuas", "bitácora de fosas y cadáveres", "piadosos esqueletos", etc.

Sin embargo, para verificar la parte positiva o no pesimista de este poemario, es conveniente recurrir a la clásica obra "El Ser y el Tiempo", de Heidegger, quien sostiene que la idea consciente de la muerte resulta sustancial para comprender el significado de la vida, pues tan solo cuando se asume tanto su precariedad y finitud como la inevitable certidumbre de su arribada, es posible su comprensión y hasta su aceptación. Todo ser humano es un ser arrojado a la vida para la muerte, por eso mismo somos para la muerte, pero esta conciencia de finitud, lejos de hacer caer al poeta en una desesperanza incapacitante, constituye una llamada a la vida de una forma significativa, intensa y profunda (Siles & Solano, 2007). La muerte, pues, es aceptada de forma serena y sin aspavientos  por el poeta salvadoreño, quien, asimismo, la concibe como la raíz oculta de alguna forma de eternidad, una variante de infinitud que solo se puede aprehender, al menos simbólicamente,  mediante los significantes que nos aportan las palabras (la fractalidad de las palabras en un entorno cuántico) dado que “el fuego el fuego está ahí remoto en la ceniza”: “Ya hemos remontado el árbol de sueños de la sombra del día./Y no hay nada más que hacer, aunque insista la risa/ en la memoria de este viajero tardío que camina contra el olvido./ (No se trata de adelantar o postergar las horas corrompidas,/ las significancias ulteriores de la batalla, ni resucitar una oblea/ de estatuas), sino de deshacer las estrías de nuestras manos,/ sino de recobrar la tibieza prometida./ Aunque caminemos hacia la muerte con nuestros nombres/ descarnados, el fuego está ahí remoto en la ceniza” (Cruchaga, 2025, 109).

Esta conciencia de finitud emerge en poemas como:  “Asimetría del azogue” donde Cruchaga reflexiona sobre una incertidumbre que cabalga a lomos de un oleaje de confusas oscuridades:  “Al ojo le vienen bien las sombras del horizonte, las páginas negras/ con su pelaje de tinta, los espejos enredados en las oscuridades./ Todo este trasiego de confusas oscuridades nos sitúa en el límite/ de las paredes, en la asimetría del azogue de las distancias./ Somos insignificantes en el agujero del féretro por más que muertos/ evoquemos la cuna tejida con azúcar respirada de las ingles (Cruchaga, 2025, 58).

En “Nadie somos”, además de mostrar los estragos que el tiempo causa en la identidad, nos previene para que no ensalcemos nuestro ego y controlemos con serena aceptación nuestra nimiedad, dado que nadie somos, y menos aún seremos cuando el tiempo haga su trabajo y pasen varios siglos y nadie tenga ya un hueco en su memoria para almacenar, siquiera, un resquicio de lo que fuimos. En esta misma idea centra el significado del poema “Invocación al tiempo” del poeta argentino Antonio Requeni: “Brizna de voluntad e incertidumbres, / temblor entre dos pausas infinitas. / Solo eso soy, un desamparo, un grito, / una segura muerte que te invoca/ en tanto tú me roes o acaricias”. (Requeni, 2017, 30). Cruchaga invoca al tiempo reconociéndole su capacidad para subordinar cualquier atisbo de propósito existencial al inevitable mugido del dios Cronos. Así, en Más acá del deseo y más allá de la muerte, el poeta salvadoreño nos previene sobre la despiadada insensibilidad del transcurrir de las agujas del reloj: “(…) Entre los comensales de Leteo, nosotros, el mugido de los mataderos/ abriéndose a los estragos del tiempo sin la necesaria compasión, /si acaso, la herejía de cuestionar el espectáculo más avieso del deseo/ confinado a las estatuas y la abstinencia de pezuñas y arrugas (…)” (Cruchaga, 2025, 17).

Otra constante presente en este poemario es la oscuridad, una negrura que aumenta la sensación de complejidad en los sentimientos que inspiran la poesía del poeta salvadoreño. El tiempo se hace oscuridad cuando cae la noche y Cruchaga En " Ahora es de noche y tú no tienes nombre", indaga sin descanso acerca de la complejidad del sentimiento partiendo de un enfoque poliédrico y sinestésico como única alternativa para abarcar la laberíntica magnitud de la existencia: “En lugar de simplificar las emociones, busca preservar su naturaleza compleja, explorando las múltiples facetas y profundizando en las raíces del ser poético. Cruchaga, como poeta sinestésico, va más allá de la percepción sensorial tradicional. Su poesía busca la trascendencia en cada acto perceptivo, utilizando una variedad de sentidos para despertar la conciencia del lector ante la realidad, incluso frente a la muerte” (Siles, 2017). Esto queda patente en el poema “Nadie somos”: “Nada es cuando la noche enronquece y nos deja solo la escarcha/ pululando entre las sombras pálidas de la luna. Junto a la amenaza, / también el paisaje se torna esquivo, imagen lejana, ahora, /de los jardines; monótonas arcadas nos rodean haciendo/del firmamento un abismo. Muy cerca del silencio, el corazón/ ennegrece de rojos trenes, signados por el cine mudo de los sueños” (Cruchaga, 2025, 65).

Quizás los aspectos de la vida que más cuesta entender son aquellos donde se alcanza la álgida intensidad de lo sublime. En lo sublime, sentimiento ecléctico donde los haya, se mezclan el dolor, el amor y el absurdo; por ejemplo, el padecimiento o el insondable misterio de la muerte, como alegorías que encierran el significado más sublime y trascendente de la existencia, como universo donde reside la especulación entre el ser, que es capaz de sentir dolor, amor y miedo; y la desamparada orfandad de todo esto cuando se deja de ser. Tal vez por eso mismo, la enigmática, cruda y fría belleza de la muerte, aunque sea prematura, atrae casi tanto como el terror que provoca lo desconocido en tanto que en lo ignoto puede caber cualquier destino…incluso el devenir de la nada (Siles & Solano, 2016).

En definitiva, Cruchaga se encuentra a gusto en el universo especulativo que le brinda la poesía. Así se puede comprobar en “Estación de especulaciones”: “Y había un ruego de cipreses y sedantes en aquella alegoría/ de parpadeos al azar: mientras sentía los mordiscos en la piel/ de una otredad de extraviados zapatos y guijarros,/ la boca devoraba todos los temores gestados en el escombro,/el crematorio de los pensamientos en el fuego encallado,/el pez pulcro en la última sonrisa enrarecida.(…) Hay muchas preguntas detrás de cada vida, mucha trama/ sin destejerse; ahora sabemos que lo nuestro fue muerte prematura,/que vivimos desheredados y con las manos vacías (Cruchaga, 2025,14).

Esta forma de enfrentarse sin remedos a la realidad, siendo plenamente consciente de la impotencia que provoca su limitada comprensión, constituye una de las características invariablemente presentes en la obra de un poeta que no se amedranta ni ante las restricciones sensoriales, ni mucho menos ante las estéticas.  Cruchaga despliega su subjetividad con una valiente serenidad: “(…) una subjetividad consciente de la incapacidad del ser humano para percibir el mundo en su enredada integridad, dado que estamos limitados a un reducido catálogo de posibilidades sensitivas: colores, sabores, olores, tactos y sonidos” (Siles, 2024). En definitiva, el poeta salvadoreño, creativo, intuitivo y especulativo, se vale de la poesía como herramienta que tritura las limitaciones sensoriales e intelectuales para desenterrar y hacer visibles las raíces más insondables de la experiencia.

En definitiva, Cruchaga, en "Ahora es de noche y tú no tienes nombre", describe la experiencia de la identidad y el anonimato como una lucha constante, un estado de pérdida y desorientación en un mundo hostil e indiferente.  A través de una serie de poemas, el autor explora las diferentes facetas de esta experiencia, desde la sensación de vacío y falta de arraigo hasta la angustia de vivir en un país marcado por la violencia, el odio y que tiene por bandera la mentira. Así pues, insiste en la pérdida del nombre como tema recurrente, simbolizando la ausencia de identidad y la disolución del individuo en la masa anónima.  Frases como "Ahora es de noche y tú no tienes nombre", "Nadie tiene nombre en este vocerío de ojos, ni un mapa de pretexto", y "Somos nadie en este país asolado por la peste del odio y la mentira";  reflejan de forma recurrente esta idea de anonimato que se percibe nítidamente en el poema que da título a esta obra: “Nadie tiene nombre en este vocerío de ojos,/ ni un mapa de pretexto./ Algún peñasco, entre bocanadas nos muerde. Nos derrama. / Nadie ha vuelto a casa porque somos apátridas de este vestigio/ de dolor que se llama país: en la claridad el páramo sumergido/ en el pecho como un uñazo de matorral tuerto (Cruchaga, 2025, 8).

Por otro lado, el poeta salvadoreño describe la experiencia de la falta de identidad como algo doloroso y deshumanizante vinculado a un anonimato que implica soledad, desesperanza y ausencia de sentido. Así se comprueba en un poema que parece un aviso a navegantes, “No entres aquí”: "En nuestros dientes cercenados se encienden cuchillos y peñascos de aullidos que golpean la tierra nuestra de cada día" (Cruchaga, 2025,7).  La falta de un nombre propio implica la negación de la individualidad y la reducción del ser humano a una mera cifra perdida en la inmensidad de un océano de letras donde la incertidumbre es tan inabarcable porque ni siquiera nos quedan ojos para observar. En “No tienes nombre, tampoco ojos” Cruchaga nos advierte:  “Ya no tienes nombre, tampoco ojos, ni país, ni certezas, ni aire,/entonces no puedes ver el infierno por la inanición/y el camino que se agita en las sombras/de la indiferencia prolongada del desencanto;/no posees cara para inclinarla sobre las mamposterías del atisbo,/solo esa dimensión de la noche conversando con tu cuerpo/ entre esfinges frías y confusas lavanderías” (Cruchaga, 2024, 35).

Sin embargo, el poeta no claudica y sigue insistiendo, buscando alguna salida que lo salve del absurdo. La búsqueda de la identidad se presenta como una tarea ardua y, en ocasiones, infructuosa.  El autor explora la memoria, los recuerdos y la historia personal en busca de un sentido de pertenencia y arraigo, pero a menudo se encuentra con la frustración y el desencanto. Así se observa en “Estación de especulaciones”:Siempre excavamos en la inercia de los onomásticos de los abuelos,/ en el cadáver de las epifanías y en la miseria de los techos:/nosotros siempre hemos sido nadie para respirar en el día/ y quizás por ello no tengamos derecho a un epitafio, si acaso,/solo a las flores marchitas de la tristeza, ahora profunda/en esta noche donde ha cesado el sueño./Hay muchas preguntas detrás de cada vida, mucha trama/sin destejerse; ahora sabemos que lo nuestro fue muerte prematura,/ que vivimos desheredados y con las manos vacías” (Cruchaga, 2025, 14)

La palabra como espejo del alma es otro símbolo recurrente que se corresponde con la identidad. La idea del espejo como imagen que se repite a lo largo del poema constituye un emblema de la identidad, y el reflejo del yo (o del nosotros como sociedad), en este caso, refleja una imagen vacía, fragmentada y desconocida. El mar como espejo aparece en el poema “Muelle de pañuelos”: “Este muelle en el que estamos es la danza cincelada de un infinito/ que supongo no sabe de mar ni de gaviotas, ni despojos./Aquí, anónimos en un derrotero de golpes y sonambulismo,/no diferente a mástiles ahorcados por las aguas del Pacífico./Nada podemos reclamar porque el espejo se ha convertido en bulto/de opacos tragaluces y peñascos./ Nos muerde la sal de la orilla y callamos en su juego de regazo (Cruchaga, 2025, 25). La misma metáfora del espejo surge como alteración o desordenada locura del reflejo especular en “Astillas del aliento”: “Danzamos siendo pasto de la noche, esbeltos como un grito/ en los dominios del fuego, tallados como el desquicio de un espejo:/la brasa borró las huellas del sueño a la velocidad/ en que se pierden las entrañas y cordura y la dignidad de ser alguien (Cruchaga, 2025, 26). En “Campanada a destiempo” Cruchaga emplea el símbolo del espejo como testigo mudo de una ceremonia transcendental donde, en un escenario desordenado y deprimente,  se constata la mortalidad como única certidumbre existencial: “Erguido el sudario de la locura en el espejo de nuestra consagración,/mortal y los demonios oscuros ahogados en el pecho,/no nos queda sino un laberinto de gritos en el fregadero/ de una ciudad envejecida y hollada de anemia,/de una ciudad colmada de fríos y pesadillas (Cruchaga, 2025, 30).

El autor nos invita en este poemario a cuestionar nuestra propia experiencia de la identidad y el anonimato en un contexto social y político complejo. Por ejemplo, en “No entres aquí”: “No. No entres a este país porque pueda que también te alcance/ el odio y embote tus sueños, igual que unos guantes del grito/ de los que no pueden vencer la tormenta./En nuestros dientes cercenados se encienden cuchillos/y peñascos de aullidos que golpean la tierra nuestra de cada día./ Una y otra vez queremos escapar de este abandono arqueado./Una y otra vez la boca en el barro,/la vida arrancada de sus cimientos” (Cruchaga, 2025, 7); o en “Es de noche y tú no tienes nombre”: “Ahora es de noche y tú no tienes nombre como tampoco lo tienen/  las estrías del aliento y la múltiple levadura de la noche” (Cruchaga, 2025, 8). Esta misma temática fue abordada por el poeta mexicano Jaime Sabines quien dedicó buena parte de su obra a la reflexión sobre la muerte, la ausencia de identidad y la soledad: “Los que tenemos frío de verdad, /los que estamos solos por todas partes, /los sin nadie” (Sabines, 2016).

Asimismo, nos encontramos con cierta resignación ante la falta de protagonismo de nuestras vidas que incluso se prolonga tras la arribada de la Parca “Estación de especulaciones”: “Uno se acostumbraba a esos pellizcos desalmados espaciándose/ con el laconismo de un lenguaje que no nos pertenece;/ a veces los maniquíes y los ataúdes tienen nombres exactos/ y rimbombantes, para nosotros sería un artificio de hipérbole./ Siempre excavamos en la inercia de los onomásticos de los abuelos,/ en el cadáver de las epifanías y en la miseria de los techos:/ nosotros siempre hemos sido nadie para respirar en el día/ y quizás por ello no tengamos derecho a un epitafio, si acaso,/ solo a las flores marchitas de la tristeza, ahora profunda/en esta noche donde ha cesado el sueño”.

De nuevo, la ausencia de nombre propio simboliza una profunda crisis de identidad, una desconexión con el mundo y consigo mismos. Así, en “Estación de especulaciones”, el poeta confiesa su vaguedad identitaria respecto  a un lenguaje que lo ignora: “Uno se acostumbraba a esos pellizcos desalmados espaciándose/con el laconismo de un lenguaje que no nos pertenece;/a veces los maniquíes y los ataúdes tienen nombres exactos y rimbombantes, para nosotros sería un artificio de hipérbole./ Siempre excavamos en la inercia de los onomásticos de los abuelos,/en el cadáver de las epifanías y en la miseria de los techos:/nosotros siempre hemos sido nadie para respirar en el día(…)” (Cruchaga, 2025, 14). Se sugiere que esta pérdida de identidad es un producto de la violencia, la opresión y la desilusión que caracterizan al "país" donde los personajes escenifican, bastante perdidos, sus existencias. De esta forma se manifiesta en Sobre la esperanza perdida: “Entre la muchedumbre despreciada, abandonamos de golpe el país;/al cabo sobre nuestros hombros llevamos toda la orfandad que sabe/a cuchillo, a una cárcel que se disputa nuestra boca e identidad” (Cruchaga, 2025, 55).

El contexto cultural y sociopolítico desempeña un papel importante en la configuración de la identidad y el anonimato.  El autor describe un país asolado por la violencia, donde el miedo y la represión  silencian las voces individuales y obligan a las personas a vivir en el anonimato; así se observa en el poema “Es antiquísima la lluvia”: En esta tierra de aullidos no tenemos nombre, solo el dedo que señala/y esconde su mano; antes en la almohada sentía tu aliento del retozo,/ahora es el miedo reluciente hasta en los bolsillos,/la noche como un tatuaje perverso de identidad./Sabemos que aquí no es sitio para nosotros sino para el desastre” (Cruchaga, 2025, 50).

Recapitulando, tras la lectura de “Ahora es de noche y tú no tienes nombre”,  nos damos de bruces con un Cruchaga que nos ofrece una reflexión profunda sobre la importancia de la identidad individual en un mundo que a menudo busca homogeneizar y silenciar las voces disidentes.  A pesar de la crudeza de la experiencia del anonimato, el autor deja entrever una pequeña esperanza: la posibilidad de encontrar la identidad en la conexión con otros seres humanos y en la resistencia contra la opresión. Así se evidencia en el poema Hemos ido dejando calles conocidas”: "En el clima afantasmado de las seducciones, los nombres de personajes del destiempo, el encanto tenebroso en palabras embalsamadas. Todo resulta huraño cuando se carece de un nombre." (Cruchaga, 2025,42).

En esta profusa reflexión se pueden destacar aspectos como:

 

- El peso del pasado y la memoria con sus recuerdos dolorosos, fracasos y pérdidas; se presenta como una carga pesada que dificulta la construcción de una identidad sólida en el presente.

- La fragilidad de la existencia humana: Los poemas transmiten una profunda sensación de fragilidad e incertidumbre ante la vida. La muerte, la violencia y el sufrimiento se repiten poniendo de manifiesto la precariedad de la existencia humana.

-La incesante búsqueda de sentido como raíz de inconformismo o rebeldía: A pesar del dolor y la desilusión, los poemas también sugieren una búsqueda constante de sentido en un mundo aparentemente absurdo e indiferente. El amor, la poesía y la conexión humana se presentan, a pesar de su fragilidad, como posibles fuentes de esperanza y redención..

-La soledad como experiencia consigo mismo (mismidad) como desdén social y, a la vez, refugio interior ante el abandono.  

-La pérdida de identidad y el anonimato constituyen los temas centrales en la representación de la soledad. El título mismo del poema, que hace referencia a la falta de un nombre, establece este motivo desde el inicio.  Esta falta de nombre se extiende a otros aspectos de la existencia, como el origen, la patria y el sentido de pertenencia.

- El autor utiliza la imagen del espejo repetidamente a lo largo del poemario. El espejo, tradicionalmente un símbolo de la identidad y el reflejo del yo, en este caso irradia una imagen vacía, fragmentada y desconocida.

-La noche se convierte en un espacio simbólico de la soledad, el abandono y la inoperancia. La oscuridad, la falta de luz y la presencia de sombras representan la incertidumbre, el miedo y la sensación de estar perdido.

-Las alusiones al deterioro y la decadencia, como la "tierra carcomida", "rostros mortuorios" y "ciudades despobladas" refuerzan la sensación de abandono y desolación.

-La ausencia de un hogar y la pérdida de la patria aumentan el sentimiento de aislamiento y desarraigo. El hablante se describe como un "apátrida" que vaga sin rumbo, sin un lugar al que pertenecer.

-La naturaleza a veces ofrece un escape momentáneo, pero a menudo también refleja el desierto que habita el poeta. Los cipreses, la lluvia, el viento y el mar, pueden constituir elementos reconfortantes, pero también se vinculan con la tristeza, la desolación y el miedo.

-De forma natural en una situación de aislamiento donde la comunicación carece de sentido, el silencio se convierte en un símbolo omnipresente de enclaustramiento y de ausencia de conexión humana.

En resumen, este poemario de Cruchaga se caracteriza por una exploración profunda y desgarradora marcada por la búsqueda de identidad, la experiencia del abandono, la soledad y el poder evocador de la memoria. La obra recurre a una estética sombría evocando un ambiente donde la decadencia no es incompatible con ciertos atisbos de serena esperanza. En su lenguaje poliédrico y metafórico, cuya densidad es obstinadamente clarificadora, se aborda la fragilidad humana, la búsqueda de significado en la oscuridad, y la confrontación con la muerte y el vacío. Sus poemas reflejan imágenes vívidas en un clima poético único que nos invita a confrontar las complejidades de la existencia. Asimismo, la poesía de Cruchaga mantiene una veta combativa que denota una voluntad firme y activa mediante la que se busca sin descanso la razón del ser con el propósito de hallar un significado que contribuya a superar la crisis existencial de la sociedad contemporánea. Por último, señalar que se trata de un poemario sin freno, ortopedia ni tratamiento cosmético alguno, pues la poesía que transita entre sus páginas es fruto de la libertad derramada a conciencia por su autor. Si están preparados para lanzarse al vacío sin paracaídas en la lectura de “Ahora es de noche y tú no tienes nombre” donde encontrarán una poesía rigurosamente original e independiente de “ismos” mostrándoles una realidad sin andamiajes, ortopedias ni tratamientos cosméticos; si todavía mantienen viva la llama de la curiosidad y son lo suficientemente temerarios para enfrentarse a “las verdades del barquero”, les invito a aceptar el reto de su lectura… no se arrepentirán.

 

BIBLIOGRAFÍA

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[1] La persistencia de la memoria, también conocido como Los relojes blandos, o Los relojes derretidos es un cuadro del pintor Salvador Dalí realizado en 1931 como fruto de su método crítico-onírico..

[2]El título del presente poema corresponde a un verso del libro «Las adivinaciones» de José Manuel Caballero Bonald.

[3] Etiquetar a los poetas para integrarlos en una taxonomía lírica puede llegar a ser una tarea mutiladora y artificiosa que siegue parte de la pluralidad y matices que tienen las obras en sí mismas. Para manumitir la labor hermenéutica de este riesgo potencial, es conveniente asumir que todo exégeta parte de las experiencias vividas y leídas que se han incrustado en alguna zona recóndita o límbica donde se desvanece la frontera entre el consciente y el inconsciente.

[4] Se ha identificado de forma recurrente la utilización a la sinestesia en poemarios anteriores de André Cruchaga (Siles, 205, 2017, 2019, 2024).