martes, 28 de diciembre de 2010

BREVE MUESTRA DEL SONETO SALVADOREÑO (Primera parte)

Laguna Verde en Apaneca, El Salvador,
tomada de: "El Salvadorahora"




BREVE MUESTRA DEL SONETO SALVADOREÑO (Primera parte)





DUERME



Duerme. La curva de su casto pecho
que alza su seno al respirar tranquila,
como ola mansa voluptuosa oscila
en el mar de blancura de su lecho.

Pecho armonioso y al suspiro estrecho
que a los aires su bálsamo destila:
nieves en que se abisma la pupila;
busto que el arte y el amor han hecho;

redondeces de espuma en que se embriaga
como torrentes de oro desatado
la luz que en vuestro piélago naufraga:

formó esa curva sobre el mar salado,
Venus, cuando al nacer, flotante y vaga,
Rasgó la onda su seno nacarado.

(Francisco Gavidia, ANTOLOGÍA DEL SONETO HISPANOAMERICANO)





TIEMPO


Aquí, la alcoba donde el sol reía
tras del abierto ventanal con flores.
Mi rostro, ante el Amor de los Amores,
Los caminos del alba recogía.

Aquí, la espera clara y la alegría
de tejer, destejiendo, los rumores.
Los ángeles conmigo. Anunciadores
del buen cantar en la temprana vía.

Más todos los caminos son iguales…
El rostro que se fue, tras los cristales
por el tiempo sin tiempo detenido.

Que nadie llame a la cerrada puerta.
Porque la alcoba se quedó desierta
y un ángel, que no duerme, está dormido.

(Raúl Contreras, ANTOLOGÍA DEL SONETO HISPANOAMERICANO)



¿POR QUÉ HAS DE SER, OH AMOR?



¿Por qué has de  ser, oh amor, fuente de olvido,
tajo cruel, incurable quemadura?
¿Por qué has de ser carcoma del sentido,
Fuente de llanto, espejo de locura?

¿Por qué, amor, siendo aroma en el oído
la boca dejas llena de amargura?
¿Por qué en el  cauce de lo ya vivido
se agota el río, mas tu sed perdura?

Mi corazón ha preguntado en vano,
pero no obstante, amor, a ti me entrego:
larva de muerte, sueño de gusano.

Ceniza soy apenas de tu fuego,
signo escrito en la arena por tu mano
y lágrimas en tu rostro de ángel ciego.

(Serafín Quiteño, ANTOLOGÍA DEL SONETO HISPANOAMERICANO)



ELOGIO DEL PAPEL CELOFÁN



Hoja del aire. Rigidez del viento.
Agua quieta de un lago de inocencia.
Casi la forma de un presentimiento.
Espejo sin figura. Transparencia.

Aprendiéramos, novia, de esta ciencia
que es ilusión sin margen ni momento
flor de cristal. Indefinible esencia.
Simplicidad exacta de elemento.

Papel de vaguedad y de infinito,
tanquan tabula rasa, nunca escrito,
limpio de pensamiento y de palabra.

Yo he de grabar en él mi dulce empeño:
que bajo el signo de su luz, ¡se abra
la delicada flor de nuestro sueño!

(Hugo Lindo, ANTOLOGÍA DEL SONETO HISPANOAMERICANO)



PATINADORA EN EL POLO


Tu rodilla retiene la dulzura
de su cuerpo nacido en gracia leve;
es perfecta la sed de tu estatura
al verte patinar sobre la nieve.

Se confunde la luz en tanta albura
y la rosa de aljófar no se mueve;
biselado jazmín, desde tu altura,
el rocío mantiene cuando llueve.

En el polo la luz es la más pura
concreción del almendro, fiel blancura
incendiando glaciales golondrinas.

¡Ah! Qué diera ese blanco si pudiera
ser el blanco que tiene tu cadera
en desnudo perfil cuando patinas.

(Ricardo Trigueros de León, ANTOLOGÍA DEL SONETO HISPANOAMERICANO)



LA LLUVIA



La lluvia tiene duendes y sonidos.
Tiene voces de antigua arquitectura.
Cancioneros viajando humedecidos
a la sombra del tiempo y la figura.

Porque en la lluvia los recuerdos crecen
Arcángeles de ayer sueñan y vagan.
Las calles empedradas reflorecen;
Pequeños barcos de papel naufragan.

(Lejos. Siempre que llueve estoy de viaje.
Me voy con mi palmera y mi lenguaje
al geranio de un pueblo presentido).

La lluvia tiene corazón de infancia,
cabellera de ríos, sol, distancia,
y una rosa escapando del olvido.


(Rafael Góchez Sosa, ANTOLOGÍA DEL SONETO HISPANOAMERICANO)



SONETO V


Liso rumor de tierra en que navego
como hacia inmensidad de mar interna:
sorda en la sien la luz de la linterna,
mientras la sombra ofréceme su fuego.

Qué denso amor de tierra es este apego
a la dulzura que me desgobierna:
y es que reflejo soy de la caverna
donde otros hombres callan sin sosiego.

Nadie escapa de ser su propia herida,
y ese río es de todos, tierra adentro,
tierra adentro del agua desvivida.

¡Ah iracunda ficción en que me encuentro,
disgregando la llama conocida
al hundirme sin brújula en su centro!

(David Escobar Galindo, LAS MÁSCARAS YACENTES)

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