miércoles, 5 de marzo de 2025

LA CASA DESHABITADA Y LA PARADOJA DE LAS BELLAS CICATRICES COMO NOCIÓN CONFESIONAL

 


LA CASA DESHABITADA Y LA PARADOJA DE LAS BELLAS CICATRICES COMO NOCIÓN CONFESIONAL

 

 

 

¿Por qué soñando, al deslizarse con miedo,

Ese miedo imprevisto estremece al durmiente?

Mirad vencido olvido y miedo a tantas sombras blancas

Por las pálidas dunas de la vida,

No redonda ni azul, sino lunática,

Con sus blancas lagunas, con sus bosques

En donde el cazador si quiere da caza al terciopelo.

LUIS CERNUDA

 

 

 

 

José Siles González, poeta prolífico y prologuista enjundioso, además de académico alicantino comprometido con la docencia, ha querido en esta ocasión, que sea yo el que le prologue su libro: «El desamparo del tabú en flor», un texto en su conjunto que a primera vista me conduce a reflexionar sobre algunos conceptos que de momento llamaré situaciones: casa deshabitada, tabú, confesional. Para Gastón Bachelard, la casa, el espacio, éste, nos conduce a la noción de intimidad, de recogimiento, de protección, pero, además, entraña el espacio vivido; fotografía, acaso impregnada de recuerdos, donde el «invierno frente al frío/ escarchado de los recuerdos,» con todas sus «presencias ausentes». Este poemario y su primer poema es todo un aserto porque nos remite de inmediato, adentrarnos en ese mundo de un cuaderno de huellas, versión de sombras y música, seguro de espejos al filo de las sombras. Pues bien, la atmósfera del libro es esa fragancia memoriosa y fundacional de un lugar labrado con tenacidad, pero que, al paso del tiempo, su plenitud luminosa, se torna «de viejos invocando/ …sus presencias ausentes». El libro también es esa metáfora de la casa como lugar destinado a las distopías y utopías. Pasado y presente se entrecruzan a través de la evocación como una estancia del ser que ha vivido y que vive en virtud de la remembranza, un espacio sagrado donde está el poeta. Y ello, además, me hace pensar (tomando en cuenta las respectivas distancias), en «La casa encendida» de Luis Rosales. Pensé, de inmediato, en mi casa de infancia, construida con el amor de la tierra, con paredes de adobe y, alrededor, árboles frutales y un río en el que la eternidad parece cobrar vida a través del recuerdo.

El concepto de  tótem, por su parte, y me remite a Carl Jung y Freud; ello demuestra, a partir de un análisis de la vida de los pueblos primitivos basado en los estudios antropológicos como el horror que los individuos sienten por el incesto es lo que determina su organización social y provoca el establecimiento de una serie de normas rígidas y prohibiciones, las cuales son comparables a los síntomas del neurótico (necesidad de lavarse las manos repetidas veces después de determinados actos, prohibición de mirar o tocar objetos, personas o animales. Pero el poeta nos habla desde el título de «El desamparo del tabú en flor». Y este concepto nos dice que es una «situación o estado de la persona que no recibe la ayuda o protección que necesita.» a más de ello está el sustantivo complemento que hace las funciones de determinante: en «flor», es decir, intuyo que se refiere a que está vigente, pervive o, «que se encuentra en el estado inmediatamente anterior a la madurez.» Rafael Narbona en El Español-cultural, nos dice, entre otras cosas: De hecho nuestras sociedades no escapan a ello. La gran aportación de Jung consistió en descubrir el inconsciente colectivo. En la estructura de la psique, hay un inconsciente personal donde se conserva y agita todo lo que la conciencia quiere reprimir y silenciar, y un inconsciente colectivo, que contiene la memoria biológica de la especie. El inconsciente «es idéntico en todos los hombres y constituye un substrato psíquico común, de naturaleza suprapersonal. Abarca una masa indescriptible de estratificaciones depositadas en el curso de la vida de nuestros antepasados. Contiene uno o dos millones de años de evolución». El inconsciente colectivo está poblado por arquetipos. No son símbolos o imágenes heredadas, sino estructuras vacías e innatas que representan las vivencias cruciales de nuestra especie: la imagen del padre y de la madre, la imagen de uno mismo, la relación entre los sexos, la figura del héroe, del sabio, del embaucador. Los arquetipos se manifiestan en los sueños, pero también en la mitología, el arte y las tradiciones religiosas. El Sí-mismo es el arquetipo central del inconsciente colectivo. Expresa la totalidad del ser humano, su «yo consciente» y su «psique inconsciente». La personalidad individual se forja mediante la interacción entre esas dimensiones opuestas. Esto que he retomado se asocia, además, con «Bellas cicatrices», independientemente de la paradoja, me parece, y lo dice el yo poético: «el olvido es justo y necesario. / Justo para equilibrar las malevolencias/ con las bondades que guarnecieron nuestra vida/ desplegando lo que llevamos dentro:/ por aquí y por allá,”» … No sé si el olvido, en efecto, sea la cura, esa bella cicatriz de cual nos habla el poeta. La vida es inexorable, aunque dance en la memoria con sus abismos afilados. El recuerdo a menudo nos devasta, pero en sus brazos de hipnosis, nacemos y desnacemos.

El in media res del poemario, el brillo del Paraíso que alguna vez fue, y que no es curable el retorno a él, al menos en términos de evocación. Pero el poeta lo da por hecho, algo imborrable y atesorado, como una sombra que se acerca, purificada. «Regocijo, —expresa el poeta— que permanecerá por siempre/ en la memoria azulando/ esas fábulas que refieren/ al final de la historia/… el sentido de la vida.» Por tanto, la vida no enmudece en la piedra caliza de los estertores, ni en el roce de esas líneas del horizonte que el sujeto traza en las instantáneas estriadas de este mundo, acaso, como «Hijos de una realidad inacabada», tal cual uno de sus poemas. Y sí, el ser humano, no debería caminar entre espinas, «Dolorido por los ladridos de una jauría de aturdidos/ que se obstinaron en acumular un botín de miserias.» Sí, no deberían ver la bestia descomunal, aun así, sea entre buganvillas escarlata. En el transcurso de la vida, el poeta José Siles González, ha aprendido no solo el poniente de los jazmines, sino que su vasta experiencia poética y de vida le dice que es necesario en la vida, «aprender su oscuro lenguaje», del que nos hablaba Pushkin en “Versos escritos de noche durante el insomnio.” O bien, como lo entendía don Carlos Bousoño: «el hombre lo único que puede hacer es aspirar, sin pausa, bien que inútilmente, a esa huidiza plenitud anhelada, sea en cuanto hombre que vive y expresa esa vida suya ansiosa de metas inaccesibles, sea en cuanto poeta que escribe un poema, cuya perfección igualmente se le escapa.» Porque la vida es a fin de cuentas una fogata alígera. Y lo que hoy es, mañana puede no serlo.

En este itinerario del poeta, «El desamparo del tabú en flor», la analepsis se convierte en mi opinión en columna vertebral. Hábilmente, el poeta, «altera la secuencia cronológica de la historia, conectando momentos distintos y trasladando la acción al pasado». Lo dicho hasta aquí me lleva al tercer elemento que acoté al inicio de estas digresiones: la noción confesional. Antes, veamos: La poesía no se escribe con inspiración, sino con lucidez y rigor. La lección de Stéphane Mallarmé quedó aprendida, cuando dijo que el poema se escribe con palabras, no con ideas. También queda atrás el lenguaje que convierte la lengua en discurso o en jerga, que es peor, porque el lenguaje es iluminación en la sombra. Verso libre, rítmico, cadencioso. En ese caso, deberíamos hablar pero no aquí es el cometido de los nuevos ritmos del verso prosaico o el despojo de los ritmos clásicos del verso. Lo confesional (en torno al desamparo y la pérdida) salta a lo largo de todo el libro como radiografía del alma. Ya sabemos que la mejor biografía del poeta es su obra y esto, precisamente, es lo que hace grande a la obra. Los grandes poetas han sido confesionales, se implican e implican el tiempo que les tocó vivir. Las Confesiones de san Agustín es un ejemplo. También abundan las metáforas cargadas de novedad y originalidad: José Siles González asume la escritura con sumo rigor y sacrificio. Nos recuerda a Gustave Flaubert cuando escribía dolorosamente en lucha con la palabra. Siles González confiesa que: «Desde entonces todo dejó de tener sentido/ Todo lo que fue a partir de aquella noche», o estos otros versos, en los que hace alusión a una de las aristas referidas: «Es entonces cuando el tabú emerge enfangado del lodazal/ y un asomo de insólita insurgencia recorre ese cuerpo/ acostumbrado a la censura de todo tipo de goces.» Rebelarse es la manera de destruirlo.

Es importante, como lo expresa Miguel Lorenci, «…saber qué me ha pasado en la vida; de dónde vengo, quién soy y dónde estoy. Un ejercicio honesto de verdad vital que está en el origen de la literatura desde los ensayos de Montaigne y es útil para el lector.» Lo cierto en lo confesional es que es un recurso no solo de la poesía y de algunos de nuestros clásicos, es elemento importante en la narrativa. Es Michel Foucault, en mi opinión el más creíble pensador en esta materia: entiende la confesión como algo más que el acto de redención religiosa, más bien como nuestro ritual preferido para la producción de la verdad. La confesión es la técnica empleada en las relaciones familiares, en la justicia y la medicina, en la psicología, en la educación y también en las artes. Vivimos en un sistema que ha convertido al hombre en un «animal confesional» en el que el conocimiento se transmite siguiendo los esquemas y patrones de técnicas que se basan y dependen de la confesión. (Alejandro Melero Salvador: La técnica confesional como recurso narrativo).

El tiempo modifica los límites de la vida, de las ingenuidades germinativas, el paladar y la memoria que hurgan en el disfraz de la escritura. El poeta se atreve a desvelar las realidades del ojo, solo así: «En la memoria sonora de todas las tardes, / noches y madrugadas que se nos quedaban cortas/ para pescar en el faro, recorrer tortugas, arlequines, machos, puerto ricos, waikikis y / uvas jumillanas / retumban los ecos de pláticas socráticas, / venenosos benedictines, vidrios rotos/ …y amistad pura.» Lo que es materia lejana, se acerca, se hace próxima en virtud de la capacidad del poeta para recordarla. Y es que la memoria confesional no deja de ser una calle húmeda, con pájaros suspendidos en el sendero silencioso de la lejanía. La buena poesía como la de José Siles González, desciende a nuestra boca como un follaje que solo la palabra respira y transpira. En este caso, el verso, diáfano, ebrio, sin oblicuidades.

La poesía siempre supone, al menos desde mi modesta perspectiva, un viaje espectacular; para muchos constituye la fábula, la metáfora del agua, del horizonte, del arrebato eterno del ser humano frente a su realidad. Y, así, como dice Rafael Cadenas: «Que cada palabra lleve lo que dice. / Que sea como el temblor que la sostiene. Que se mantenga como un latido.» Este ser humano, a veces platónico, socrático, hegeliano, etc, acumula en su devenir toda la escarcha enjuta del horizonte. No siempre uno cuenta con un nahual que lo ampare, ni esos absolutos en que se constituye la nada. La poesía siempre es reflejo de la vida en cualquiera de los momentos históricos en los que viva el ser humano, el poeta: la realidad nos habla de la vida a través del arte, en este punto de la palabra, de la poesía: en cada época, clasicismo, romanticismo, realismo, simbolismo, creacionismo, surrealismo, etc., la metáfora cambia, el mundo de la poesía toma diversas formas. Sin poesía, —como nos lo dijese Mayakovski—: «la calle, sin lengua, se retuerce: / no tiene con qué gritar y hablar.»  La poesía de José Siles González tiene una proyección vital, aunada a su expresión lírica. «Porque la palabra del alma es memoria» y eso lo recobramos tras la experiencia y los recuerdos. Es más, la poesía está construida a partir de ellos, trasunto y trascendencia del alma del poeta. En atención a esto, el poeta se encarga de acercarnos a ese camino del que venimos hablando: «La irrupción de tu presencia / desleída en un sueño tembloroso / en medio de aquella devoradora madrugada / azota los ecos flameando los ’viejos tiempos’ /…corridos.»

Sin duda una de la más visible singularidad en el estilo poético Silesiano la encontramos en el uso de deícticos, deixis: espaciales, temporales verbales; sin lenguaje, sin pensamiento no existiría la poesía, ninguna poesía de cualquier poeta. Cada palabra del poeta se inserta en un contexto, o está vinculada a él. También está presente en su poesía el elemento referencial, cuya función es importante en el acto comunicativo, la misma nos permite transmitir información y características de todo aquello que nos rodea, (factores externos del propio acto comunicativo y del emisor, lo que permite exponer la realidad de manera concreta y objetiva): lugares, objetos, animales, personas, acciones, acontecimientos. Así, el poeta se fusiona con el mundo, su entorno y «ve reflejada su intimidad en todas sus formas» y conquistas expresivas. Sobre sus ojos derramados en la hoja de papel, el día de las palabras hasta convertirse en alfabeto; transcurrido el misterio, (Aunque Neruda decía que en la poesía existe), el poeta da testimonio en este libro de su periplo como un árbol que crece para la vendimia. El mismo Neruda que rechaza el misterio, dirá tiempo después en uno de sus versos canónicos: «La luz de la tierra sale de sus párpados».

            «Soñarme contigo más allá de todos los limbos», es de singularidad confesional, íntima, evocativa: un diálogo inevitable con su memoria, vislumbres o concreción del amor filial, trocado por la poesía. En otro de sus poemas, el poeta se abre a la realidad que vive la niñez en muchos de nuestros países. A esa niñez desventurada de las periferias de las urbes: «Cuando por fin diviso su rostro / de chiquillo callejero/ distingo todas sus edades / olvidando el ayer por momentos / y advierto en su expresión envejecida / las arrugas que ya han plantado sus raíces»… El hastío también alcanza al poeta por su constancia y territorio infame: «Cuando se desmorona el aire / se respira una decadencia sin aliento / que acentúa la vaguedad de un universo / tan fútil e ingrávido / tan inmensamente vacío / tan puro e invertebrado /…advenimiento mustio del hastío»…; en cambio la noche prosigue en su fijeza de mundo. Quizás muta, pero siempre tiene un sonido largo incapaz de ocultar «la monotonía inapetente/ de las lentas tardes» … En este espacio de la subjetividad, el poema, está intervenido por la historia y la ideología del poeta, sus valores, su forma de percibir la realidad exterior e interior. En este punto, el poeta no renuncia a la referencialidad, porque dicha referencialidad contextualiza el poema.

            La poesía, más que tratar sobre la realidad, quiere ser la realidad, Se trata de una poesía orgánica, viva; (Selena Millares Martín, Madrid, 1992). Un desmantelamiento del tabú del cual nos hace referencia el poeta, del que además han germinado hojas y apóstatas. «Reduciendo el paisaje a una descomunal sombra / Magnificando la lobreguez del crepúsculo».  «Desde siempre, nos confiesa el poeta Siles estuve acompañado por mi sombra / No recuerdo ir a sitio alguno sin su escolta» …Y más adelante, en otro poema, se pregunta: ¿Quién se descubre en su memoria perdida / Caminando por la noche que colmó una plenitud de sombras/ En las que se ocultan todos sus desvaríos? El poeta Siles, desde su yo lírico es consciente de la finitud de la vida, al menos eso pienso cuando siente (lo percibo así) el espesor de la noche y la cúpula del cielo en tierra: «Ahora dedicas tu tiempo a envejecer aún más/ navegando irremisiblemente hacia tu último destino / el puerto habitado de sombras / donde la oscuridad te amará eternamente.» El tabú está presente en casi todas las actividades del ser humano (y no es la excepción la poesía); de ahí siempre la ingente necesidad de la transgresión en unas sociedades más que en otras; y es así como el poeta desea destruir esa danza que yace en la conciencia. Tal situación nos conduce a esa lucha estoica y permanente; como «la incapacidad que encuentra el individuo de fundamentar sus valores morales.»

          La poesía de José Siles González, sin embargo, no se queda ahí a imagen del blanco y el negro como un pájaro ebrio de sombras. Su poesía es un licor de luces magnéticas, con palabras nacidas de su entraña, una conciencia en la existencialidad del ser, como «el poeta que se acuerda de la vida: Vivir no es suspirar o presentir palabras que aún nos vivan.» (Aleixandre, Poemas de la consumación). «El desamparo del tabú en flor», bien puede ser esa consumación de la poesía de Siles González. Seguramente el poeta continuará en esa pesquisa o lucha por entender la sed y la noche, aun con antorcha en mano. Arduo oficio el del poeta: reconstruir el tiempo, mientras el tiempo concurre en nuestras manos como un libro de estaciones y espejos.

 

 

André Cruchaga,

Sábado, 9 de abril de 2022,

Barataria, El Salvador

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