TRENES:
AMANECER EN LA MEMORIA,
O LA SEDUCCIÓN DEL SUEÑO
Tan cierto como
gratificante resulta hacer este recorrido bajo los auspicios de la patria de la
poesía, en este caso, de la poesía de Juan Ramón Jiménez Simón, contenida en su
poemario: “La Memoria del Expreso”, estructurado en tres momentos íntimos, emocionales:
procedencia, destino, entrada. De
entrada, el poeta me hace una acotación: “Tenemos en común la estación de
ferrocarril de Alcázar de San Juan (Ciudad Real), importante nudo ferroviario
antaño, y un mismo tren (el catalán). Eva es de Barcelona (residente en
Sevilla) y yo de Sevilla (mi familia es de Toledo, soy hijo de padres toledanos
que emigraron a Sevilla). Ambos hemos viajado "en el catalán" (hacía
el trayecto Sevilla - Barcelona, y viceversa) infinidad de veces en nuestras
infancias. Yo me bajaba (subía) en Alcázar de San Juan, y ella iba de paso en
el tren.”
Por mi parte, recordé los míos,
los de la infancia; pero también, aquel Transiberiano que describe Pablo Neruda en “Las uvas y el viento”, (Ed. Nascimento, 1954); o el “Tren de todas
las tardes”, de Juan Ramón Jiménez,
en su viaje a Cádiz (Diario de un poeta recién casado, Cátedra, 2017); “El barco ebrio” de Arthur Rimbaud, de “horizontes
que se hunden, como las cataratas” de inquietantes parajes; e incluso, el
tren de Ágatha Christie, tan
misterioso como intrigante. El tren nos permite navegar en tierra firme, como
una exacta prolongación de la vivencia. Vientos inefables han llevado al poeta
a transitar por la memoria dando rienda a los albedríos del camino. “El
silbido del tren subió mis ganas”, dice el poeta, para dar paso a su sueño
y destino.
Acompañan a este
poemario, ilustraciones de Eva García
Fernández, dándole rostro casi
humano a su silbo de libertad. En su asombro, se reflejan candilejas y
centellas que atraviesan el alba. Es, sin duda, la metáfora y sinécdoque del
sinfín: designa, el ciclo biográfico, con partida y destino final. Símbolo,
además, en una época del futurismo. Contrario al paroxismo de Robert Lowell, Antonio Machado que en su decir el tren era una placenta confiable,
o Miguel Delibes que lo reivindica, y
lo erige como santuario de sabias conversaciones, o Jorge Teillier y su poema “Los trenes de la noche”, o Augusto Monterroso, o Emilio Adolfo Westphalen, que hizo un
parangón del ferrocarril con su muerte: "El
tren se ha detenido en el silencio opaco y sin ecos de la noche anónima. Es la
llegada a término - no se reanudarán ya más ni agitación ni bullicio ni
carcoma", Juan Ramón Jiménez
Simón, hace de él un exacerbado encuentro casi proverbial de la vida.
Uno se imagina al poeta, seducido
por los raíles de esos extraños adioses. Hay ahí, ecos audibles, resplandores y
una aventura acumulada en su conciencia: el viaje a través de orillas lunares,
rumores infinitos y numerosas vidas cuyo destino colma la vida de diferentes
ropas. En él, desfila el tiempo y se nos muestra en ese “Rielar entre sombras”; a su vez, “el temple del desvarío, … cimbrea la nave
del misterio, abrasando las brumas de espectros”. Juan Ramón, es fiel a su
palabra exploradora, misma que nos lleva y nos adentra a una integración y
memoria de símbolos. Son poemas intensos que rebasan la atmósfera metafórica de
los ferrocarriles: desde el tiempo de la memoria, su interior, hondo, de
matices. Nos sugiere, además, un cosmos y una utopía. Así, el poeta nos dice: “Entre la claridad pasajera/ y lo
indiscernible postrero, / la estrella en su mapa informal/ declara sobre la
vasta red/ la seducción de lo nuevo,” …
Mientras nos seduce el sueño de las
lejanías, y la memoria revive con pulcritud petrificada sus varios viajes, el
poeta nos transparenta el espejo al punto de hacer cuerpo esa materia, a ratos
inasible, a ratos melancólica e insólita. Es tan rico e intenso el sentimiento
del poeta que uno queda atrapado, sin poder evitarlo, en su lectura. Hay tanto asombro en la poesía de Juan Ramón,
que uno se queda perplejo, como aquel pasaje de Gabriel García Márquez (Cien
años de soledad) y el arribo del tren a Macondo: “El inocente tren amarillo que tantas incertidumbres y evidencias, y
tantos halagos y desventuras, y tantos cambios, calamidades y nostalgias había
de llevar a Macondo". El poeta desvanece los sentidos en sus
recuerdos. A tal punto que las ausencias (las
de la ambrosía amorosa y encantamiento), le ganan la tristeza, o lo empañan
de vahos y destiempo.
Puede encontrarse
en el discurso poético de Juan Ramón Jiménez Simeón, una imantación por la
palabra, una resonancia vibrante y luminosa del tiempo ido. Le ha dotado, a su poesía,
de un ritmo especial y ello le permite no caer ni el laconismo, ni en los
excesos de la retórica. Por lo demás, comunica sus sentimientos y emociones con
una indiscutible intuición de una realidad que le es propia. Su voz de hondo
aliento resplandece en los umbrales de lo que perdura. La lectura hace posible
una especie de catarsis, en el sentido aristotélico del concepto, pues nos
implica emocionalmente con sus vivencias. Razón tenía Hans-Georg
Gadamer cuando afirmaba que toda obra literaria constituye un
diálogo entre pasado y presente. Ahora, me toca inferir sus desasosiegos, en
clave, de sus textos pues que el poeta al recordar aquellas travesías en tren,
le evoca un panteón, frío, por lo inerte de las criptas. Por alguna razón el poeta se siente
descorazonado, al punto de decir: “¡Triste
y sublime/ sinfonía del desconcierto, / que ronda en torno a ella/ la muerte
como el grito/ de la vida! “
En el Canto segundo, su destino y
“un escalofrío sin salida”. Veamos aquí como el determinismo se afinca en su
alma. Paradójicamente, está presente, el vaivén del desconcierto: norte o sur,
ramblas, vacíos llanos: “y una parada a otra sucede”. Asume el poeta esos
vaivenes del fermento; en su tránsito hay sombras de luz, y noches rotas en el
eje de la espera. Ahora estoy tan lejano, diría Claudio Rodríguez, “que nadie
lloraría si muriese”. Es menester en la
obra de Juan Ramón, el uso de ideas y pensamientos que se contraponen: Distraía
mis ojos/ en las penas de un gozo, / un vagón sobre otro,/ mientras el color
yacía en la luz”. Según esto, el poeta
se goza en la pena, es decir en el sufrimiento. En el campo de los sueños y la
poesía es posible. Igual que deslizarse esos trenes a través del bosque, o las
despedidas que devienen en lágrimas.
El binomio tren-vida, es la
historia del sentimiento expresado en versos. Historia que presagia, en su
unicidad poética, el eterno ir entre cardo y albahaca, entre sombras
resurrectas que tiemblan en la carne: ecos y sueños, ahí, en su solemnidad de
grito, de un tiempo que se nos escapa por su condición de inasible, o por su
resonancia errabunda. Al final queda el misterio de la memoria y las nostalgias
por la no consumación de lo anhelado. De
ahí que el poeta, trémulo, nos diga: “Poco
importa el crepúsculo/ al viajero del banco azul, / si el sol es enemigo
mortal/ de los tiempos seguidos/ que desaparecen en un consuelo.”
La construcción poética de Juan Ramón Jiménez Simón, media sin
lugar a duda, entre lo eterno y lo temporal; junto a ello, la perennidad
espiritual que reelabora esa atmósfera trascendida: la memoria del Expreso. Su
canto tercero lo define el poeta como la entrada, de nuevo a su historia de
antaño. “Cuando el recuerdo del tiempo/
procede de una entrada, / soñando aquellos momentos,/ fuimos pioneros de
antaño/ que por edad crecimos/ para que lleguen otros”… Es el viaje de la
memoria, a voluntad de su alegre agonía, pero también el tránsito de su largo
recorrido. Hurgar en la memoria es buscar el tiempo fenecido. A su vez, El uso
de diferentes isotopías hace sustancial su contenido simbólico. “El lenguaje se anticipa siempre un poco a
nuestro pensamiento, hierve un poco más que nuestro amor”, (Gastón BACHELARD, El aire y los sueños).
La materia poética rebasa los
límites de la palabra y la médula y los contornos de la memoria. “Memoria
del expreso”, es un imaginario espacial y progresivo del poeta que se
alumbra recordando esos micromundos, a menudo resbaladizos, de lo que fue, pero
igualmente de lo que será.
André
Cruchaga,
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